miércoles, 15 de agosto de 2012

La Hacker que no podía beber Fanta

Capítulo 19


Llevo días pirateando el ordenador de Ez. Lo sé,  sé que puedo ir a la cárcel por ello. Pero me encuentro en pura fase maniaca de mi bipolaridad y no me da ningún miedo pensar en unas puertas de acero anti misiles cerradas con control remoto, y siete geos apostados en la torre de  Alcalá Meco para que no me escape.  Cada vez que meto en el ordenador de Ez, gracias a las claves  que tan hábilmente  me ha descifrado el señor Abderramán, me sube un chute de adrenalina por la garganta que me deja colocada todo el día.  Y entonces, puede venir la polaridad negativa con diez cargas de electrones, me siento vivita y coleando.
Aunque todo no es alegría, cuando oigo la música de inicio de la pantalla del ordenador y veo una foto de El Perito Moreno, que es el lugar al que Ez quiere ir antes de morir, me entra una mezcla de alegría y dolor que me llena los ojos de lágrimas, pero a los dos segundos se evaporan, porque como he escrito anteriormente (exactamente, en el capítulo 18)  desde hace un mes mis lágrimas están secuestradas por Madame Serotonina, y ya no puedo llorar...
Pero a lo que iba, porque me enrollo más que como un estor veneciano y me voy perdiendo en cada grieta de tela hasta que mis neuronas se convierten en tránsfugas con una cuenta en las Islas Caimán.  
Hackeando, hackeando pienso descubrir antes que nadie las películas que se estrenan en la CARTELERA. Porque puedo renunciar a Ez, a sus besos, a su piel, que la tiene más fina que el papel de fumar porque se baña a lo japonés todos los días (sí, es un obseso del reciclaje, pero puede dejar seco el embalse de Lozoya con tantos baños de vapor). Puedo renunciar a su cálida voz; que fue realmente lo que me enamoró de él. Pero me es imposible  quedarme sin  la magia que deprende una pantalla de cine  y olvidarme de los  cientos de personajes que han compartido conmigo un pedazo de su vida. Es lo bonito que siempre tiene el cine:
El amor, y los los besos de otros acaban siendo tuyos, y el dolor de cada uno de los que te miran, también se hace un poco nuestro.
Y ahí van los los primeros estrenos que en mi batida virtual he descubierto:
Café de Floré
Dir: Jean-Marc Vallé

Estreno: 17 de agosto

Yo estoy enamorada del diastema dental de los paletos de Vanessa Paradis. A Ez, esta mujer, no le gusta nada, dice que es una diva y a él las divas no le van un pelo. Yo creo que lo dice porque hace dos años intentó entrevistarla y, ella y su agente, le tuvieron esperando al teléfono más 24 horas, para luego darle calabazas porque la actriz, modelo, cantante, estaba muy cansada después de participar en un concierto de rock.  Es lo que tiene ser una niña prodigio, y encima, francesa.
En Café de FloréV. Paradis interpreta a una humilde peluquera que lucha con uñas y dientes, en el París de los años sesenta, para sacar adelante a su hijo afectado con Síndrome de Down. La historia de esta madre coraje corre paralela en flash backs de tiempo con la vida de Antoine (Kevint Parent), un famoso DJ recién divorciado que vive en el Montreal actual.    

Qué cuenta: Lo necesario que es conseguir el perdón de aquellos que has amado, y del amor que uno se arrebata cuando no es capaz de perdonar.

Mi escena TOP: un baile, una canción, mientras las protagonistas escenifican sensualmente  las normas de aviación civil.



A Roma con amor

Dir: Woody Allen

Estreno: 21 de septiembre

En Estados Unidos, ciertas pasiones las llevan mal, rematadamente mal. Por este motivo creo que  Woody Allen es un triste profeta en su tierra. Allí, nadie entiende que un padre se enamore de su hija adoptiva, y si la hija adoptiva tiene 35 años menos que su progenitor; los defensores de la moral americana le ponen a esa historia de amor, un título muy poco romántico.
En cambio en la Vieja Europa, en cuestión de amores, perdonamos todo. Y es que nuestra historia está llena de hombres y mujeres  con pasiones muy atormentadas.
La reina Juana la loca (madre del Emperador Carlos V, el hombre que anexionó un Imperio en el que no se ponía el sol), estuvo vagando un año entero por los campos de Castilla acompañando el cadáver de su querido esposo; hasta que su padre, Fernando el Católico, la encerró en Tordesillas para siempre. En Inglaterra, Enrique VIII decapitó a varias esposas y reinas en nombre del deseo y la lujuria. Y si nos da por recordar lo que hicieron los Borgia en Italia, la cosa alcanza tintes pornográficos. Y no pongo más ejemplos porque el Viejo Continente tiene como dicen las ancianas majaretas de mi panadería: Mucha miga.
Y esa miga que lleva Europa en las entrañas, es la que hace que muchos europeos adoren el cine de W. Allen (yo también me incluyo) y lo hayan convertido en: El Profeta de las contradicciones del ser humano.

Siguiendo el tour turístico que inició Allen con Vicky Cristina Barcelona, Midnihgt en París; le tocaba el turno a la ciudad eterna…

Y en Roma, Woody Allen teje cuatro historias. Un amor naciente (Woody Allen). Un amor que se fractura por la llegada de alguien nuevo (Ellen Page y Jesse Eisenberg). Un amor cándido, que se consolida por el azar y la fuerza imparable del oficio más viejo del mundo (Penélope Cruz). Y por último una cruel sátira sobre la fama (Roberto Begnini).    

Qué cuenta: Nada nuevo que W. Allen no haya contado un montón de veces. El deseo de lo que no tenemos, y lo volátil que es el amor para los que llevan toda la vida tras él.

Mi escena TOP: Roberto Begnini paseando por las calles de Roma en busca de la fama que un día le abandonó.





No hay comentarios:

Publicar un comentario