Capítulo 25
Ez
no para de fumar los cigarrillos con olor a miel que se ha traído de la India. Ha
debido de ver tanta miseria camino de su resort de lujo en Rishikesh que ha
vuelto con la conciencia en carne viva. Y claro, tanta corrupción, tanto dinero
en B, tanto político mentiroso en las portadas de los periódicos y en las
puertas de los juzgados de España y Barcelona le tienen hecho un revolucionario
de las calles. Ayer, sin ir más lejos, se pasó un día con los ocupas de
Lavapiés. Sí, sólo un día y una noche, porque Ez ya tiene una edad no vamos a
engañarnos.
Pero el espíritu de los intocables le ha calado muy hondo porque ha
dejado de coger taxis (Ez no sabe conducir), ahora se mueve por Madrid yendo de los pases de prensa
a la redacción del periódico montado en una bicicleta de carreras verde
pistacho y con un sombreo negro tipo borsalino en la cabeza. Se ha dejado el
pelo largo, y se parece mucho al chico de 19 años de cara lánguida que tiene su
madre enmarcado en una fotografía encima de la cómoda isabelina que hay en el
cuarto de estar de su casa. Yo, juro que no le he visto, sólo confirmo los
datos que mi fuente de información más segura me facilita. El nombre de mi
fuente empieza por R y acaba por a, y además es de Guatemala, cabal.
Mientras
Ez se pone cachas pedaleando (falta le hacía, porque no ha pisado un gimnasio
en su vida), yo sigo enganchada a mis recuerdos de amor, de igual manera que las
pescadillas se quedan enganchadas al anzuelo de acero que las atraviesa el
labio superior en el mar Cantabríco cuando las pescan. No soy vegetariana, pero
cada día me dan más pena ver a las pobres pescadillas muertas, sepultadas entre
hielo picado y hojas de helechos en el expositor de piedra de las pescaderías.
En cuanto
salgo de la panadería llego a casa y devoro lo que haya en el frigorífico (que
desde que lo dejé con Ez, la mayoría de los días es nada o casi nada que sume proteínas),
porque maldita la gana que tengo de hacer la compra, y exceptuando la fruta que
se la compro a unos gitanos que hacen el TOP manta frutícola, con moras
frambuesas y melocotones, que deben de robar (sí, ROBAR con
Mayúsculas). Porque no me voy a creer que, Eusebio el gitano, Use, así le llama
su parienta, una gitana guapísima que viste de negro de la cabeza a los pies, y que lleva un enorme medallón al cuello de la virgen del Carmen y unos zarcillos
colgantes que son dos peces de oro macizo, que deben de pesar un cuarto de
kilo, tengan carnet de Mercamadrid. Soy racista y no quiero serlo, pero lo soy.
Los gitanos han entrado en la panadería varias veces y siempre me han robado
pan y dinero. Su estrategia me la conozco de memoria, cuatro o cinco gitanas te
empiezan a marear con su labia.
-Niña dame ese pan,
cuanto cuesta. ¡Uy, no, no…eso muy caro, no!
-Pues dame un
pan, de los cereales esos, sí. No, un rosco, melregalas… anda, niña.
Y
mientras cuatro te entretienen, manosean las barras y se meten detrás del
mostrador, otra se dedica a robar a manos llenas.
Cuando
se marchaban por la puerta, a la falsa embarazada se le empezaron caer candeáles
de la tripa, y no creais que se
cortó un pelo, que se volvió a agachar y se los iba metiendo en la faldriquera
que llevaba. Yo estaba tan nerviosa que no podía ni decirles ni una palabra. Y
mira tú lo que son las cosas que en ese momento entró Ramiro por la puerta y las
echó de allí en un santiamén. Las maldiciones que le echaron las gitanas a
Ramiro son impronunciables, pero las que Ramiro les regaló tampoco eran para
olvidarlas. Pero como ellas son unas profesionales de la mala estrella, no sé
si antes o después toda aquella maldición se volvió en contra del pobre Ramiro.
Y
desde ese día, Ramiro contrató a Vanesa (tengo que hablaros de Vanesa en
cuanto pueda) y no me volvió a dejar sola en la panadería. Sí, tengo miedo a
los gitanos, pero no le tengo miedo a Use ni a su mujer. Y les compro con toda
tranquilidad las cajas de frambuesas y
las moras, es genero robado sí, y si se lo contara a un novio que tuve policía,
me lleva detenida, eso sí, después de haberme hecho regurgitar todas las moras
con una monserga de quince minutos.
No
sé si la mala estrella de Ramiro con su mujer viene desde ese día que las cinco
gitanas le maldijeron en conjunto. Pero como el insípido tenía una vena
andaluza, o eso decía él, si hay algún gen que me he permitido heredar de el
insípido es el de la superstición. Soy supersticiosa, y me considero
tremendamente sensible a las supersticiones. Y cuando veo a una gitana con
romero, ya me ocupo de cogerle el tallo y darle un euro, y si da la casualidad
que no llevo nada en cuanto veo a alguna que me empieza a mirar con cara de cuerno
y me va a hacer la señal de la cruz en el aire, salgo corriendo mirando al
suelo.
Pero
lo que son las cosas del querer y de la química. Ayer iba yo caminando,
trotando, vagando, en plena tripolaridad por la calle de Martín de los Heros (acababa
de ver Blue Valentine, yo solita, en la butaca 8 de la fila seis de los cines
Golem) y me di de bruces con una gitana, y como me vería de
perjudicada que me cogió la mano y
me dijo: “para ti es gratis alma en pena”.
Y
mientra yo berreaba pucheros, la gitana me buscó en la mano izquierda un futuro,
y después de un buen rato pasando sus dedos por la palma de la derecha, me miró a los ojos, se santiguó y me
dijo muy seria: UN HOMBRE DORMIDO VOLVERÁ A TU LADO.
Y salió corriendo mientras se persignaba
una y otra vez. He pasado otra noche durmiendo sueños, y ya no sé si Ryan
Gosling es el hombre para el que bailé en la puerta de un escaparate mientras
me cantaba una tristísima canción de amor, o soy una mujer que le dejé de
querer porque nunca le había amado, o le amé mucho y luego dejé de hacerlo
porque se convirtió en otro.
La
única verdad del día es que el bolsillo derecho de mi abrigo está vacío, y sin
embargo huele a romero…
No hay comentarios:
Publicar un comentario