Capitulo 36
Soy feliz, muy feliz, porque Ez y yo hemos vuelto a hacer el amor, y otra vez he vuelto a sentir la misma paz que sentí en aquel hotel de Praga donde me juró amor eterno.
Mi plan de reconquista empezó el primer día que la rubia apareció por el hospital. No la he vuelto a
ver, ni quiero volver a verla. Con
la mirada de estúpida encabronada que me clavó en el holl del hospital tengo
bastante recuerdo.
Rascafría es mi
aliada en esta lucha de poder que mantengo con mi enemiga. Me he camelado a todos los turnos de
enfermería del hospital, les he contado que la rubia es una loca trastornada
que acosaba a Ez mucho antes del accidente, y gracias a Rascafría que lo ha jurado con cara de pánico
he logrado que lo creyeran a pies juntillas. Reconozco que todos los libros que he leído me han ayudado mucho en imaginar la
historia que me he montado.
Las mujeres somos únicas en despedazarnos unas a
otras, pero cuando se trata de defender una causa colectiva, nos unimos como
Fuenteovejuna. Por eso, cada vez que aparece en escena la rubia, no hay
enfermera, auxiliar, o señora de la limpieza que le diga a la “ponecuernos
lánguida”, que el paciente de la habitación 29 tiene prohibidas las visitas. Sí,
estoy jugando mis cartas, pero con ases escondidos en las mangas, que si se
descubren…
Desde que Ez se recuperó del
coma, totalmente, puse en juego un elaborado plan para que él y yo estuviéramos
juntos para siempre. Dos meses antes de que Ez me quemara la pata con la rubia,
viví una noche muy especial.
Entró en la furgoneta, me besó en
los labios, me miró a los ojos, y me dijo con voz temblorosa: “Cásate conmigo,
Regina”.
Y yo, una pobre chica de barrio
negro, le dije que sí llorando como una plañidera. No hubo anillo, ni rodilla
en el suelo, ni siquiera una cena romántica a la luz de las velas. Bajo el
reflejo de la luna llena nos besamos en silencio. Me
acurruqué en el pecho de Ez y dejé que mi cabeza por primera vez en la vida
estuviera tranquila, vacía de pensamientos turbios y de miedos.
Firmamos nuestro amor en una hoja
de papel un cinco de noviembre del año 2010. Ez dobló aquel pequeño contrato
hasta hacerlo una minúscula cuadrícula y lo metió en uno de los compartimentos
de su billetera. La billetera de Ez llegó de nuevo a mí, el primer día que lo
visité en el hospital y uno de los celadores de urgencias me la entregó, se la había encontrado caída en el suelo mientras Ez se debatía entre la vida y la muerte.
Revisé la billetera
minuciosamente, y en uno de sus compartimentos seguía intacto nuestro
pequeño contrato de amor.
Aquella noche de noviembre
cenamos en un restaurante pequeño que está cerca del periódico y Ez me desveló
entre risas y caricias cómo sería nuestra boda. Iríamos a Las Vegas, nos
casaríamos en una pequeña capilla, allí empezaría nuestro guión, un guión
escrito por la mano de un reverendo flacucho y desgarbado que nos
declararía marido y mujer.
¿Por qué en Las Vegas? Porque Las
Vegas ya eran demasiado compromiso para Ez, y Las Vegas, suficiente alegría
para mí.
Ez tiene una laguna negra en la
memoria del amor. No recuerda absolutamente nada de su vuelta con la rubia,
tampoco recuerda ni un solo segundo de su estancia en Australia. Sólamente recuerda nuestra historia, y lee
esa pequeña cuadrícula de papel en donde está estampada su firma y la mía
intentando ponerle nombre a los vacíos que flotan en su mente. Yo lloro por
dentro cada vez que lo hace, a pesar de que fui la que le entregué la billetera, jugando otra carta más de mi
juego.
Tal vez, tal vez…
la memoria de Ez sea más valiente que su propio dueño y le libre de los pecados
del espíritu. Tal vez su memoria sea un sheriff justiciero que pretende
apaciguar la culpa.
<<¿Y tú culpa
Regina?>>
<<La culpa, dormida. >>
No hay comentarios:
Publicar un comentario