miércoles, 9 de octubre de 2013

LAS VEGAS: “Hagan juego…”


Capitulo 36 




Soy feliz, muy feliz,  porque Ez y yo hemos vuelto a hacer el amor, y otra vez he vuelto a sentir la misma paz que sentí en aquel  hotel de Praga donde me juró amor eterno.

Mi plan de reconquista  empezó el primer día que la rubia apareció por el hospital. No la he vuelto a ver,  ni quiero volver a verla. Con la mirada de estúpida encabronada que me clavó en el holl del hospital tengo bastante recuerdo.
Rascafría es mi aliada en esta lucha de poder que mantengo con mi enemiga. Me he camelado a todos los turnos de enfermería del hospital, les he contado que la rubia es una loca trastornada que acosaba a Ez mucho antes del accidente, y gracias a  Rascafría que lo ha jurado con cara de pánico he logrado que lo  creyeran a pies juntillas. Reconozco que  todos los  libros que he leído me han ayudado mucho en imaginar la historia que me he montado.

Las mujeres somos únicas en despedazarnos unas a otras, pero cuando se trata de defender una causa colectiva, nos unimos como Fuenteovejuna. Por eso, cada vez que aparece en escena la rubia, no hay enfermera, auxiliar, o señora de la limpieza que le diga a la “ponecuernos lánguida”, que el paciente de la habitación 29 tiene prohibidas las visitas. Sí, estoy jugando mis cartas, pero con ases escondidos en las mangas, que si se descubren…



 



Desde que Ez se recuperó del coma, totalmente, puse en juego un elaborado plan para que él y yo estuviéramos juntos para siempre. Dos meses antes de que Ez me quemara la pata con la rubia, viví una noche muy especial.

Era jueves, Ez me llamó para que fuera a recogerle a la salida del periódico. Le vi llegar cansado, con los ojos rojos, como si hubiera estado llorando, llevaba el cuerpo abandonado dentro de su trenka azul marino de lana, caminó absorto unos metros por la acera mirándose las botas, hasta que le di  un corto pitido con el claxon, avisándole de mi llegada.
Entró en la furgoneta, me besó en los labios, me miró a los ojos, y me dijo con voz temblorosa: “Cásate conmigo, Regina”.


Y yo, una pobre chica de barrio negro, le dije que sí llorando como una plañidera. No hubo anillo, ni rodilla en el suelo, ni siquiera una cena romántica a la luz de las velas. Bajo el reflejo de la  luna  llena nos besamos en silencio. Me acurruqué en el pecho de Ez y dejé que mi cabeza por primera vez en la vida estuviera tranquila, vacía de pensamientos turbios y de miedos.
Firmamos nuestro amor en una hoja de papel un cinco de noviembre del año 2010. Ez dobló aquel pequeño contrato hasta hacerlo una minúscula cuadrícula y lo metió en uno de los compartimentos de su billetera. La billetera de Ez llegó de nuevo a mí, el primer día que lo visité en el hospital y uno de los celadores de urgencias me la entregó,  se la había  encontrado caída en el suelo mientras Ez se debatía  entre la vida y la muerte.
Revisé la billetera minuciosamente, y en uno de sus compartimentos seguía  intacto nuestro pequeño contrato de amor.
Aquella noche de noviembre cenamos en un restaurante pequeño que está cerca del periódico y Ez me desveló entre risas y caricias cómo sería nuestra boda. Iríamos a Las Vegas, nos casaríamos en una pequeña capilla, allí empezaría nuestro guión, un guión escrito por la mano  de un  reverendo flacucho y desgarbado que nos declararía marido y mujer.  
¿Por qué en Las Vegas? Porque Las Vegas ya eran demasiado compromiso para Ez, y Las Vegas, suficiente alegría para mí.

Ez tiene una laguna negra en la memoria del amor. No recuerda absolutamente nada de su vuelta con la rubia, tampoco recuerda ni un solo segundo de su estancia en Australia.   Sólamente recuerda nuestra historia, y lee esa pequeña cuadrícula de papel en donde está estampada su firma y la mía intentando ponerle nombre a los vacíos que flotan en su mente. Yo lloro por dentro cada vez que lo hace, a pesar de que fui  la que le entregué la billetera, jugando otra carta más de mi juego.

  Tal vez, tal vez… la memoria de Ez sea más valiente que su propio dueño y le libre de los pecados del espíritu. Tal vez su memoria sea un sheriff justiciero que pretende apaciguar la culpa.

<<¿Y tú culpa Regina?>>

<<La culpa, dormida. >>





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