¿Cómo urdir una mentira y qué no
te pillen? Fácil, muy fácil, creyéndotela como si fuera una absoluta verdad. Igualito
que los políticos acostumbran a hacer. Estoy segura de que todos, TODOS, se
escriben una chuleta mentirosa y la recitan al acostarse y al levantarse.
¡Cómo creerme la mentira de mi boda en las Vegas!
¿Cómo..? Huyendo de mí hasta los
confines más extraordinarios, y nutriéndome de odio y de resentimiento.
Odio a la rubia, odio a Ez por
haberme abandonado por otra, odio a mi misma por ser débil y no dejar a Ez vivir con su nueva memoria,
solo.
Hemos llegado a Las Vegas en un
avión de la compañía American Airlines, Ez ha estado leyendo durante todo el
vuelo y dándose paseitos por todo el avión, estirando cuello, cabeza, hombros y
extremidades como un Robocop.
A pesar de viajar en primera clase, no ha querido
dormir, teme despertarse en una cama de hospital lleno de cables y de tubos. A
pesar de inyectarse Heparina (una substancia para que la sangre sea más líquida),
Ez no se fía de su sangre.
Pobre Ez, sin saber quién es,
añorando quién era. Está demacrado, todavía no ha recuperado los kilos que ha
perdido mientras ha permanecido ingresado en el hospital. Desmayado en esa cama, inmóvil, luchando contra el tiempo,
parando las manecillas del reloj y esperando que sean las doce. Sí, pobre Ez, los huesos de los pómulos se
le dibujan bajo la piel amarillenta. Sus ojos más trasparentes que azules
parecen haberse consumido en un arañazo de luz.
Nos casamos mañana en una de las
capillas de Las Vegas. He elegido para la ceremonia un vestido rojo de gasa con
escote en pico. Sencillo, pero seductor. La madre de Ez me ha prestado un
collar de brillantes que no me he quitado del cuello desde que salimos de
Madrid, y que tapo con un pañuelo de algodón de color mostaza. Estoy convencida
de que medio barrio mío se podría
remodelar con los euros que cuesta esta joya. “Los brillantes reflejan una luz
gris acerada, por eso son
verdaderos". Eso me dijo
Dámaso, el único joyero de mi barrio. El hombre, me dio una lección
de gemas preciosas una tarde que fui a comprar unos pendientes de plata.
Gracias a Dámaso y a la madre de Ez he descubierto el verdadero color de los
brillantes.
Ez me mira con dulzura, sé que se
alegra de verme a su lado, de amarme, de recorrer su boca por mi cuerpo,
frenar, respirar y estar dentro de mí. Él no consigue recordar, yo no puedo
tener un orgasmo. Mi cuerpo siente todo su deseo, todo su amor, y mi cerebro
canalla, impide que lo disfrute.
<<Todo irá mejor después de
la boda, todo volverá a ser igual que antes>>
Estamos alojados en el Hotel Bellagio, es un guiño a la película
Ocean´s Eleven. Ez así lo ha querido, nunca he estado en un hotel tan grande,
tan americano, tan lujoso, tan lleno de luces estridentes. Las Vegas parece una
antorcha de colores desde el cielo, desde el suelo es un parque temático de
neones y edificios. Es un monopoly gigante, Las Vegas, si no fuera por Las Vegas sería un enorme armazón de plástico y papel maché adornado con bombillas. Cecilia, mi
bruja ludópata, moriría con gusto en las Vegas al pie de una máquina
tragaperras sepultada por un montón de monedas. Mi bruja ludópata recorrería extasiada las calles de Las Vegas entrando y saliendo de los casinos.
Mi bruja ludópata me dijo un día: “Veo a una mujer vestida de novia en un desierto. Debe decir la verdad para ser feliz".
Esta noche me he levantado de
madrugada, a hacer pis, a beber agua, a mirar mi vestido que está colgado
metido en una preciosa funda de plástico trasparente en un perchero, cercano al
armario.
Ez estaba también levantado, se miraba en el espejo del baño,
se miraba las manos, los labios. Debía preguntarse que parte de él sigue
escondida en alguna parte.
He sentido pena al verle, pero la
rabia, otra vez la rabia ha hecho que la tristeza se fuera pitando por el
agujero del retrete mientras tiraba de la cadena.
-Cariño -le he dicho- vuelve a la cama. ¿Quiéres
otro Orfidal?
Me ha dicho que no con la cabeza,
me ha dado un beso en la frente y se ha metido otra vez en la cama. ¿Habrá
recordado…, y si su mente ha sido
asaltada por una diligencia llena de rubias?
De mi mentira, de mi gran
mentira, Rascafría es la gran guardiana. Me apoya con la fidelidad de un perro,
porque no olvida la borrachera de Jenner, porque no olvida los jueves que la he
acompañado en los delirios de su señora anciana, porque me considera una
hermana mayor que la protege de la soledad de un país extraño.
Son las doce de la mañana, el
desierto de Nevada arde y los neones de
las calles de Las Vegas también. En cambio en el interior del hotel
Bellagio, 18 grados centígrados hacen que me tenga que poner una chaqueta de Ez
encima del precioso vestido rojo de boda PARA NO morirme de frío. Los recepcionistas me miran embobados, sé
que mi escote no es apto para barbilampiños
adolescentes. Les miro con ganas de meterle dos cañonazos en sus ajustados
uniformes, hasta que uno de ellos reacciona y nos acompaña hasta la salida
donde nos espera una limusina blanca. Ez sonríe nervioso, todo es tan
desmesurado. Todo preparado, por una mujer pobre con sueños de Cenicienta. Yo
también estoy nerviosa no paro de mirar las calles tras los cristales tintados de las
ventanillas de la limusina. Un paseo, un último paseo de soltera esperando
llegar a White Chapel donde el reverendo Aston Martin nos espera. El reverendo
tiene cara de garza colorada, su mujer es una pequeña gallina clueca de ojos
negros. La garza colorada tiene un porte impecable, una levita marrón oscura,
un clergyman blanco nacarado y una biblia negra con letras doradas le confieren la autoridad necesaria para apabullar a una chica de barrio. Estoy temblando, Ez me coge de
la mano, la besa con dulzura, se me saltan las lagrimas.
El reverendo Aston inicia la
ceremonia, lee un salmo que no se queda en mi memoria, y luego:
Do you Regina Bató
Do you Edward Castroviejo
Estáis aquí reunidos…
-¿Quieres a esta mujer ..?
-Sí quiero –dice Ez, mirándome con
dulzura.
-¿Quieres a este hombre..?
-Si quiero -digo yo, mirando a Ez
con devoción, obsesión, o tal vez amor.
Ramo en alto, pulseras de cuero negro, enlazan nuestras muñecas.
Una lluvia de arroz sale del puño
de la mujer del reverendo, unos pétalos de rosas blancas caen sobre la cara de
Ez que dibuja una sonrisa de satisfacción.
Ez y yo juntos por fin, Ez y yo
un solo río, fluyendo como dos manantiales.
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