Una avioneta amarilla con un
logotipo en forma de boomerang pintado de negro, en cada una de sus alas, surca el cielo de El gran Cañón.
En la avioneta volamos Ez y yo agarrados de la
mano, junto con una pareja de
americanos, americanos de Arkansas. La mujer lleva un vestido estampado de
flores azules y blancas, parecen margaritas diminutas dibujadas con un plumín
de tinta, tiene el pelo gris y rizado en una permanente de bucles pequeños. Veo su pelo y me toco el mío, aún crece
fuerte, a pesar de mis salvajadas cosméticas, a pesar del agua oxigenada a 60
volúmenes, mi pelo crece flexible haciéndome cosquillas en la nuca.
Si ella fuera a la panadería, a
la mía, le daría sin que me dijera nada una barra de centeno. Su marido es
flaco, enjuto, larguirucho, calzado con sandalias marrones, unas sandalias
ortopédicas con suela gorda de goma. Iguales que las que llevaban las monjas
carmelitas de mi colegio.
Sólo el piloto, un hombre rubio
con barriga enorme, fajada por un polo rojo desvaído, y yo pasamos de los
sesenta kilos. Ez parece un saltamontes, el pantalón militar de color caqui que
lleva le queda enorme. No ha querido comprarse ropa nueva; tal vez desea atarse
al igual que un globo de helio a la única cuerda que le trae algún recuerdo.
Sobrevolamos los enormes macizos rojizos,
el gran valle horadado, lapidado por el viento, la majestuosidad de la piedra
esculpida por el cielo azul lleno de nubes. Es nuestro cañón, ese que hemos
visto tantas veces en el cine, es el cañón de John Huston, el de Peckimpah, el
cañón de los caballos y de los jinetes. Cabalgamos a …. pies de altura, la
energía de la tierra nos envuelve. El ruido de los motores apaga el susurro de
Ez en mi oído, él aprieta mi mano, sonríe, ama lo que ve, y también cree amarme.
Aterrizamos, búho ojos azules y
su marido el galápago se dirigen sin vacilar hacía el mirador de cristal,
atestado de turistas. Ez coge un sendero que se adentra en el Cañón, le sigo, a
los diez minutos de paseo por el reguero de piedras me detengo a coger aliento,
me duele el pecho. Necesito descansar, no consigo coger el paso atlético de
Ez que camina por el sendero de
polvo rojo.
Camino despacio, sintiendo en mis
pies como cada guijarro se clava
bajo la fina suela de los mocasines blancos que me ha regalado Vanessa como
regalo de boda.
-Son como un guante Regina, no notarás que
los llevas puestos -me dijo con su cara pecosa.
En otros momentos hubiera despedazado a Vanessa, a pesar de estar en otro
continente, pero por primera vez en mi vida mi bipolaridad está anestesiada por
el remordimiento.
Es cierto que la rubia no tiene
escrúpulo alguno, engañando a su marido, un año, dos… tal vez más. Durmiendo
con uno, amando a Ez, utilizando el amor de los dos para acallar su egoísmo.
¿Pero y Ez?¿Qué se merece Ez?.
Amarme porque no tiene a otra…
¿Cuánto tiempo tuvo Ez para
querer volver conmigo?
¿Un mes, sólo un mes sin
contestar sus llamadas, sin responder a sus mensajes. Un mes fue suficiente
para darse por vencido?.
<<Quién quieres que te
quiera Regina>>
<<Un desmemoriado que no es
capaz de saber a quien ama. Un desmemoriado que por miedo a perderse en el
agujero negro de la nada, se casa contigo en Las Vegas. Un desmemoriado que por
miedo a no estar solo se casaría con la rubia si ella dejara a su
marido>>
Otra vez la maldita malea, otra
vez las ganas de precipitarme por el Cañón Colorado, o Cañón Verde.
<<<Ez no te ama>>
El eco de mi amor resuena en el
valle rocoso. Ez sigue caminando, sus pasos son inalcanzables. Me quedo sentada
en la cuneta.
Hace calor, sudo, el collar de la
madre de Ez me ha dejado una marca blanca sobre la piel quemada. Los de
Arkansas se despeñan, van dando saltos. Son pareja desde hace cien años. Cien
años de confles y leche, de
plum cake, de hamburguesas quemadas con maíz y patatas.
¿Cómo lo resisten?
¿Cómo siguen vivos?
Ez vuelve, se sienta a mi lado,
su mirada de júbilo me comunica que está dichoso. ¡Merece que yo, Regina Bató, torpedee su
felicidad!. ¡No!
Le abrazo, me tiemblan las
rodillas y me castañetean los dientes, debo de tener fiebre. He estado una hora
al sol sin sombrero.
Ez me pone un jersey en la
cabeza, me arde la nuca. Me moja la frente con agua de su cantimplora. Me besa los labios, se están empezando a abrir
en grietas que sangran.
Me mira a los ojos, ya lloro
desconsoladamente, le digo:
-No me ames. No soy yo a la que amas.
Ez me mira sorprendido, cree que
deliro por la fiebre. Me arrulla, me contiene en su ternura sin límites.
¡Qué hacer, cuándo todo está hecho!
¡Cómo desbaratar un plan
perfecto, un crimen de amor perfecto!. !Un secuestro de amor perfecto!.
La avioneta amarilla nos devuelve
de nuevo a Las Vegas, al hotel…. A la habitación 558. El médico me toma la presión arterial con un manguito negro que se ajusta a mi
brazo izquierdo.
-75/50,
baja, muy baja. Está débil su esposa -dice en un español mejicano, moviendo su
cabeza de jirafa encorsetada en una camisa azul clara y corbata burdeos.
Me manda unas pastillas, agua con
iones minerales, necesito
hidratarme. Bebo un potingue que me ha preparado con azúcar, sal, y limón. Tengo ganas de vomitar. El médico tejano me pregunta por la fecha de la última regla, piensa que puedo
estar embarazada. Ez niega con la cabeza.
<<No tengo útero. A los
cuatro meses de romper las chirucas parí un feto muerto que mi madre tiró
al cubo de la basura>>
Los cirujanos me salvaron la vida, me cortaron el útero, y también
lo tiraron al cubo de la basura, a uno metálico que olía a formol, a uno lleno
de más carne podrida.
Ez, tú lo sabías. Te lo conté
todo… la noche, aquella noche que me juraste amor eterno en Praga, aquella
noche en la que creíste que yo era la mujer de tu vida.