martes, 26 de noviembre de 2013

Gran Cañón



capítulo 40

Una avioneta amarilla con un logotipo en forma de boomerang pintado de negro,  en cada una de sus alas, surca el cielo de  El gran Cañón.

 En la avioneta  volamos Ez y yo agarrados de la mano,  junto con una pareja de americanos, americanos de Arkansas. La mujer lleva un vestido estampado de flores azules y blancas, parecen margaritas diminutas dibujadas con un plumín de tinta, tiene el pelo gris y rizado en una permanente  de bucles pequeños.  Veo su pelo y me toco el mío, aún crece fuerte, a pesar de mis salvajadas cosméticas, a pesar del agua oxigenada a 60 volúmenes, mi pelo crece flexible haciéndome cosquillas en  la nuca.

Ez me acaricia un hombro, me estiro y apoyo la cabeza en su pecho. La mujer de ojos de búho albino me mira tras sus gafas de montura de pasta blanca.

Si ella fuera a la panadería, a la mía, le daría sin que me dijera nada una barra de centeno. Su marido es flaco, enjuto, larguirucho, calzado con sandalias marrones, unas sandalias ortopédicas con suela gorda de goma. Iguales que las que llevaban las monjas carmelitas de mi colegio.
Sólo el piloto, un hombre rubio con barriga enorme, fajada por un polo rojo desvaído, y yo pasamos de los sesenta kilos. Ez parece un saltamontes, el pantalón militar de color caqui que lleva le queda enorme. No ha querido comprarse ropa nueva; tal vez desea atarse al igual que un globo de helio a la única cuerda que le trae algún recuerdo.
Sobrevolamos los enormes macizos rojizos, el gran valle horadado, lapidado por el viento, la majestuosidad de la piedra esculpida por el cielo azul lleno de nubes. Es nuestro cañón, ese que hemos visto tantas veces en el cine, es el cañón de John Huston, el de Peckimpah, el cañón de los caballos y de los jinetes. Cabalgamos a …. pies de altura, la energía de la tierra nos envuelve. El ruido de los motores apaga el susurro de Ez en mi oído, él aprieta mi mano, sonríe, ama lo que ve, y también cree amarme.
Aterrizamos, búho ojos azules y su marido el galápago se dirigen sin vacilar hacía el mirador de cristal, atestado de turistas. Ez coge un sendero que se adentra en el Cañón, le sigo, a los diez minutos de paseo por el reguero de piedras me detengo a coger aliento, me duele el pecho. Necesito descansar, no consigo coger el paso atlético de Ez  que camina por el sendero de polvo rojo.
Camino despacio, sintiendo en mis pies  como cada guijarro se clava bajo la fina suela de los mocasines blancos que me ha regalado Vanessa como regalo de boda.

     -Son como un guante Regina, no notarás que los llevas puestos -me dijo con su cara pecosa.

En otros momentos hubiera despedazado  a Vanessa, a pesar de estar en otro continente, pero por primera vez en mi vida mi bipolaridad está anestesiada por el remordimiento.
Es cierto que la rubia no tiene escrúpulo alguno, engañando a su marido, un año, dos… tal vez más. Durmiendo con uno, amando a Ez, utilizando el amor de los dos para acallar su egoísmo.

¿Pero y Ez?¿Qué se merece Ez?. Amarme porque no tiene a otra…

¿Cuánto tiempo tuvo Ez para querer volver conmigo?

¿Un mes, sólo un mes sin contestar sus llamadas, sin responder a sus mensajes. Un mes fue suficiente para darse por vencido?.

<<Quién quieres que te quiera Regina>>

<<Un desmemoriado que no es capaz de saber a quien ama. Un desmemoriado que por miedo a perderse en el agujero negro de la nada, se casa contigo en Las Vegas. Un desmemoriado que por miedo a no estar solo se casaría con la rubia si ella dejara a su marido>>

Otra vez la maldita malea, otra vez las ganas de precipitarme por el Cañón Colorado, o Cañón Verde.

<<<Ez no te ama>>

<<Ez no te ama…a a a a a a a a a a a a a a…>>

El eco de mi amor resuena en el valle rocoso. Ez sigue caminando, sus pasos son inalcanzables. Me quedo sentada en la cuneta.
Hace calor, sudo, el collar de la madre de Ez me ha dejado una marca blanca sobre la piel quemada. Los de Arkansas se despeñan, van dando saltos. Son pareja desde hace cien años. Cien años de confles  y leche, de plum cake, de hamburguesas quemadas con maíz y patatas.
¿Cómo lo resisten?
¿Cómo  siguen vivos?
Ez vuelve, se sienta a mi lado, su mirada de júbilo me comunica que está dichoso. ¡Merece  que yo, Regina Bató, torpedee su felicidad!. ¡No! 
Le abrazo, me tiemblan las rodillas y me castañetean los dientes, debo de tener fiebre. He estado una hora al sol sin sombrero.
Ez me pone un jersey en la cabeza, me arde la nuca. Me moja la frente con agua de su cantimplora. Me besa  los labios, se están empezando a abrir en grietas que sangran.
Me mira a los ojos, ya lloro desconsoladamente, le digo:

      -No me ames. No soy yo a la que amas.

Ez me mira sorprendido, cree que deliro por la fiebre. Me arrulla, me contiene en su ternura sin límites.

¡Qué hacer, cuándo todo está hecho!

¡Cómo desbaratar un plan perfecto, un crimen de amor perfecto!. !Un secuestro de amor perfecto!.

La avioneta amarilla nos devuelve de nuevo a Las Vegas, al hotel…. A la habitación 558El médico me toma la presión arterial con un manguito negro que se ajusta a mi brazo izquierdo.
          -75/50, baja, muy baja. Está débil su esposa -dice en un español mejicano, moviendo su cabeza de jirafa encorsetada en una camisa azul clara y corbata burdeos.
Me manda unas pastillas, agua con iones minerales, necesito  hidratarme. Bebo un potingue que me ha preparado con azúcar, sal,   y limón. Tengo ganas de vomitar. El médico tejano me pregunta por la fecha de la última regla, piensa que puedo estar embarazada. Ez niega con la cabeza.
<<No tengo útero. A los cuatro meses de romper las chirucas parí un feto muerto que mi madre tiró al cubo de la basura>>

 Los cirujanos me salvaron la vida, me cortaron el útero, y también lo tiraron al cubo de la basura, a uno metálico que olía a formol, a uno lleno de más carne podrida.
Ez, tú lo sabías. Te lo conté todo… la noche, aquella noche que me juraste amor eterno en Praga, aquella noche en la que creíste que yo era la mujer de tu vida.

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