lunes, 30 de diciembre de 2013

The End





       Después de la visita del médico tejano, he dormido doce horas seguidas. Me lo ha dicho Ez, que no se ha movido de la cabecera de mi cama. Me lo ha dicho mi marido. Me lo ha dicho el novio de la rubia.
Se me ha pelado la cara, y tengo una costra marrón que me recorre el labio superior. Casi la diño, casi me muero, casi me da un golpe de calor en el desierto.
Ez ha hecho las maletas, salimos para Madrid  en un par de horas. Ez se ha pinchado su inyección de anticoagulante para que la sangre no se le espese. No tiene miedo a volar, sólo tiene miedo a las mujeres.
Yo tengo ocho horas para decidir que voy a hacer con mi vida. 
Ocho horas para seguir mintiendo o  volver a la panadería y vender panes para el resto de mis días, o pedirle el finiquito a Ricardo, y coger otro avión con destino a las Azores y ver a mi madre a su marido, el señor Oliveira, a mis dos hermanastros y trabajar con ellos en la sastrería del señor Oliveira, aquel hombre del  que mi madre se enamoró hace ya tanto tiempo.
<<Qué hacer, qué ganar, cuando todo lo que quería amar está perdido>>

Mi madre me recuerda a todo lo que he intentado olvidar, no la odio, no, pero no quiero verla. La ingrata Regina, reniega de su origen, la ingrata Regina tiene más amor por una mujer guatemalteca desdentada que por su propia familia.
Tengo miedo a lo que hizo me sufrir, me hace daño estar con mi madre. La miro y el pasado vuelve a  doler, aunque ella no tuviera la culpa, aunque me ayudara, tal vez nos pase a todos. El pasado sigue doliendo si paseamos por los mismos lugares aunque seamos otros, aunque ya sólo seamos extraños. 
Hace que no veo a mi madre quince años, hablamos por teléfono de cuando en cuando,  me gusta escuchar su voz cantarina y a veces, sólo a veces,  me dan unas  ganas locas de cogerme un avión, plantarme en su casa y darle un abrazo. Pero sé que eso no me haría feliz, la euforia de la ilusión duraría unas horas, hasta que ella abriera la puerta y ese abrazo soñado rebotara en mi armadura hecha de espejos rotos.
EL tiempo pasa y debo decir la verdad.  Si me traiciono moriré de mi misma, si mi madre se hubiera traicionado el día que rompí las chirucas y hubiera dejado entrar en casa a mi padre, nunca hubiera tenido la oportunidad de ser feliz. 
He llamado a Rascafría, le he dicho que le dé pista libre a la rubia. A estas horas, la rubia con nariz de cerdito  cepilla su pelo una y otra vez esperando que el vuelo 66783 procedente de Las Vegas aterrice en la T. 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas.
Yo no iré  en ese  avión,  he confesado toda la verdad, toda. El medico tejano ha tenido que venir otra vez a nuestra habitación, esta vez era Ez el que ha sufrido una insolación de rayos de Verdad, y la Verdad no es fácil de  tolerar  cuando se ha vivido  tanto tiempo en la mentira. Ez me ha escuchado en silencio, y cuando he acabado mi relato tiritaba y temblaba. Le he hablado de la rubia, de los años en los que él  ha sido su amante y del tiempo que yo he pasado en su casa al lado de su madre, cuidando de Rascafría. Le he dicho que sólo me casaré con un hombre que me permita amarlo, y que sepa que me ama, sin dudas, sin miedos a perder lo que no tiene. Un hombre al que le pueda mostrar el corazón y no lo apuñale con mentiras, un hombre que se haya encontrado, después de haberse buscado mucho.

Por primera vez un corazón arrasado por la vida late fuerte y en paz.

Estoy sentada en el hall del aeropuerto de Las Vegas  esperando  un vuelo que me llevará a Nueva York. Conozco palmo a palmo sus calles, las he visto tanta veces…  

¡Buena suerte Regina!

P.D:

Tal vez algún día volveré a  encontrarme con Regina. 

Lola Walder.




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