Capítulo 17
Hace dos semanas intenté suicidarme con un Aquarius de naranja (no, no es ninguna broma, soy alérgica al colorante E-330), pero en cuanto me empezaron a picar los ojos, y me vi con las manos llenas de ronchas rojas me faltó valor y me fui corriendo al Centro de Salud de mi barrio. Tuve mucha suerte, porque la Dra. Puerto estaba de guardia, y no tuve la necesidad de contarle a un extraño el modo tan patético que había elegido para acabar con mi vida.
Después de mi intento de suicidio con el E-330, Puerto me ha subido la dosis de Seroxat y ha añadido al tratamiento medio Orfidal por la mañana, que me deja clavada al suelo, y medio por la noche, que hace que duerma como una oveja. En vez de balar, me despierto a las cuatro de la mañana como si fuera una madeja de algodón deshilachada. Doy tres vueltas en la cama, me levanto, bebo agua, me vuelvo a meter en la cama y me pongo a llorar aterrorizada babeando el embozo de la sábana como si tuviera tres años y hubiera visto entrar al tío Camuñas por la ventana. Sinceramente, a día de hoy, todavía no se quién coño era el tío ese. Pero en el Raval, en invierno, cuando jugabas en la calle y se acercaban las nueve de la noche, las madres salían de sus casas coreando a gritos:
“¡Niñas, a casa que está a punto de llegar el tío Camuñas!”.
Y el tío Camuñas debía ser malo, pero muy malo, porque salíamos corriendo como perdices escopeteadas hacia nuestras guaridas.
En Barcelona había noches en las que tampoco dormía, me acordaba de mi madre, y aunque quería mucho a mi tía Regina no terminaba de entender porqué me pasaba tanto tiempo sin ver a mis padres. Pero en aquel tiempo no lloraba, abría los ojos en la oscuridad y esperaba que me llegara de nuevo el sueño mientras oía corretear a las ratas por el techo de vigas de madera de la casa de la tía Regina. A falta del entretenimiento con las ratas (en mi apartamento no hay ratas, no hay vigas de madera), sigo babeando y sin dormir desde las 04:00am horas. Y, si una es bipolar durmiendo ocho horas diarias, sin dormir soy: unipolar perdida.
Ayer, le mandé un SMS a Ez necesitaba verle. Otra vez tengo el ánimo por los suelos, hace días me sorprendí a mi misma pensando en cortarme las venas y dejarme desangrar encima de la cama. Me horrorizó la escena, lo admito, pero lo que más me horrorizó fue que, después de las venas, vino la lejía, y después la espita del gas, y después… sentí miedo, un miedo atroz a morirme sin haberme despedido de Ez. Verdad es, que cuando su mucama me largó que Ez y la rubia con nariz de cerdito tenían conexiones epidérmicas a mis espaldas..., le monte un pollo, mejor dicho le monté una granja avícola a Ez con más gritos que pío, pío. Y no es que no se lo mereciera, se lo merecía, y mucho.
Pero si yo desaparezco de esta vida, me apuesto el cuello de la otra (si la hay) que Ez no levanta cabeza. Por eso, ayer quedé con Ez en un parque que está muy cerca de su trabajo. Llegó muy serio, con esa seriedad que se le pone en el entrecejo cuando no quiere que nadie sepa lo que está pensando. Yo me senté a su lado, con la misma sonrisa de niña buena que me sale del alma cuando estoy a punto de traspasar el estado de "sólido a liquido”.
Pero él siguió mirándome con cara de perro. No le había hecho ninguna gracia que lo llamara; cuando yo he estado ignorando sus llamadas y sus mensajes durante meses.
Ez estaba mosca, esperaba que le montara un numerito de celos, o que le dijera que mi amor por él era infinito. Pero yo no podía decirle la verdad, y mi verdad era:
“Déjame estar a tu lado un momento, porque tengo miedo de no verte nunca más”.
Decirle eso, no hubiera sido nada justo, porque si Ez se entera de las malditas ganas de vivir que tengo, se habría puesto de rodillas y me habría jurado que jamás se alejaría de mí. Y esa sería la mentira más gorda que Ez habría dicho en su vida.
Porque, las pocas ganas de vivir que tengo son por todos los años que estuve sin mis padres, por los años que estuve con el insípido, y por las chirucas rotas. Y sí, no voy a negar que sigo enamorada de Ez aunque lo haya echado de mi vida. Pero nadie se merece que lo amen por puritita pena.
Así que no le he dicho ni una sola palabra, ni de amor, ni de muerte. Sólo he escuchado sus reproches por no ponerme al teléfono, por no contestarle ni un solo correo; y cuando ha terminado de hablar le he mirado a los ojos y le he dicho adiós. Y mientras Ez se ha quedado sentado en un banco, me he ido alejando de allí andando muy despacito. Y cuando he llegado a primera esquina de una calle me he metido en un portal, me he sentado en los escalones de la entrada y, afortunadamente nadie, nadie, ha aparecido en el cuarto de hora que he estado agarrada a mi cabeza para que no me abandonara.
Cuando he tomado el metro camino de mi casa un hombre sin trabajo, sin nariz, sin pelo, con la cara completamente quemada y con una visera burdeos ha entrado en el vagón pidiendo dinero. Su cara de pesadilla me ha tambaleado de arriba abajo, y he estado a punto de darle el bolso, pero no lo he hecho.
¿Por qué lloras Regina? Me he preguntado a mi misma entre dientes cuando abría la puerta de mi casa:
"¡Es tan triste ver a un corazón muerto!".
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Me encanta, me he leído los 17 capítulos y son estupendos. ;) Continua esta historia, no la abandones. Que aquí tienes una fiel lectora que te promete que la leerá...;)
ResponderEliminarAsí que sigue.
Yo también tengo varios blogs, aquí te dejo uno: http://amoryamistad-blanca.blogspot.com.es/