lunes, 30 de septiembre de 2013

Gracias John Wayne



Capítulo 36






Sí, después de un mes en coma Ez se ha despertado. Mientras John Wayne  disparaba  a los indios parapetado detrás de su caballo,  Ez ha abierto los ojos, ha mirado al techo, luego a los dos lados de la cama y al verme  ha apretado la mano que le tenia cogida y ha pedido agua. He llamado corriendo a la enfermera de guardia y al doctor Guisante. 

El doctor Guisante ha  venido ipso facto, y le he visto sonreír por primera vez, aunque sigue  con la piel  verde y su enorme cara circular. 
El doctor Guisante le ha aplicado un examen neurológico a Ez, qué ríete tú de las torturas chinas. Le ha mirado las pupilas con una linterna, una y otra vez para ver si se dilataban y contraían con la luz, le ha pinchado con alfileres por cabeza, tronco y extremidades para ver si había recuperado la sensibilidad nerviosa, y luego le ha pasado la punta de un clip por las plantas de los pies para ver si tenía el reflejo de un tal BabinskiY otras perrerías más que nos ha ido narrando en voz alta  para que Ez, que se ha reencarnado en  el primo de la gallina Caponata, se tranquilizara y yo dejara de lloriquear. El examen ha resultado ser normal, y sólo falta que a Ez le hagan un escáner para confirmar que el trombo (así se denomina lo que yo llamo pegajo de sangre) se ha reabsorbido por completo.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Centauros del desierto/¿En donde estás amor?


Capítulo 35


Ez, pese a los esfuerzos de los pilotos del helicóptero que le llevaron volando desde una de las pistas de aterrizaje del aeropuerto de Barajas hasta el helipuerto de La Paz, y al equipo de intensivistas de la UVI de Neurología, sigue en coma. La hemorragia que le ha producido el trombo (así se llama ese pegajo de sangre, que le ha taponado una arteria después de llevar catorce horas de vuelo seguidas) es grande y ha dañado  una pequeña parte de su cerebro.

Ahora mi vida se reduce a ir los jueves a su casa, visitar a su madre, darle el parte médico mientras ella le da al Dry Martini,
y después de haber tranquilizado un poco a la pobre anciana, me voy a la cocina a llorar un buen rato junto a Rascafría, una mujer tan ingenua, como generosa, porque no ha dudado en ofrecer un trasplante de su médula, por si la sangre guatemalteca fuera capaz de curar “el mal de la cabeza del señorito Ez”.


El resto de tardes, incluidas la de los sábados y domingos, en cuanto echo el cierre de la panadería salgo pitando hacia el hospital, que por casualidades del destino no queda muy lejos de mi barrio.

Cada nuevo día que entro en la habitación 29 de la Planta de Neurología y veo  una maquina verde, insuflando y desinflando los pulmones de Ez, siento una pena infinita, y parece que esta maquina se ha llevado en un soplido las ganas que tenía todos estos meses atrás, de que el amor de mi vida se rompiera una costilla, la sexta derecha puestos a pedir, porque según Pepa una de las abuelas asiduas a la barrita sin sal : “ni peinarte puedes hija, porque al ser la derecha no puedo ni levantar la mano”.
Y anda qué no habré  pensado veces en la costilla derecha de Ez,  herida, astillada, lacerada como el filo uno de los cuchillos de Arguiñano.

Durante meses he maquinado todas las formas posibles de cómo se la podría romper, una cáscara de plátano en el portal de su casa, cuando no mirara el portero, que anda todo el día con la escoba en la mano; un topetazo bien fuerte de mi compañero del polideportivo de mi barrio “el musculitos” un jugador de rugby que juega en el equipo del Getafe, creo que este hombre debe de tener un master en anabolizantes, porque tiene unos bíceps que parecen las columnas de Hércules…
En fin, todo lo más horrible y asqueroso que os podáis imaginar. Y todo, para que Ez no pudiera escribir, no pudiera peinarse, ni abrazar a la rubia, y respirar le costara un dolor de grado terremoto. Y ahora mi Ez no puede hacer nada… Esa es la vida, la que te devuelve los deseos multiplicados 
cuando no los necesitas.
Ya que Ez no puede hacer nada, y me siento culpable de haberle deseado tantas desdichas, he decidido hacer una cosa por él. Estoy afónica de gritarle a medio hospital que Ez no puede volver a vivir si no ve películas. He visitado al director, a la jefa de enfermeras, al administrador, y a media docena de cargos, hasta que  un hombre bajo y rechoncho, con cara cetrina y pelo canoso, al que he bautizado como el Dr. Guisante (porque el hombre es de ascendencia francesa y tiene un apellido impronunciable, al menos para mí, que de idiomas ando lo que se dice “pelada”) se ha dignado a escucharme cinco minutos seguidos. Finalmente, el doctor Guisante, jefe del Servicio de Neurología, me ha autorizado a poner una televisión con DVD a los pies de la cama de Ez.



Desde hace veinte días las imágenes de Centauros del desierto adornan con sus colores la habitación, y mientras John Wayne busca a su sobrina y a Cicatriz, el jefe comanche que la secuestró, yo espero que los colores rojizos de la arena del desierto y los luminosos cielos azules despierten pronto al amor de mi vida.
 Ez cada hora que pasa tiene la cara más pálida, primero porque no le da el sol, y segundo porque ese aire que entra y sale de sus pulmones viene de un robot de plástico y acero que le hace el boca a boca mecánicamente pero sin pasión alguna.

Como ignorante que soy de todo lo relacionado con la ciencia, una tarde desconecté la boquilla del respirador de Ez y le insuflé de mis labios a los suyos todo el aire que pude, pensando que ese aire filtrado por algo vivo y familiar le podía hacer mas bien que las emboladas de oxigeno y aire comprimido que mandaba aquel ruidoso aparato. A los cuatro intentos que hice, el chivato del monitor de Ez donde se registra con unas líneas blancas el ritmo de su corazón empezó a perder altura y le conecté de nuevo al robot aterrada. Si Ez no estaba muerto, yo casi lo remato por dejarme llevar por mis sentimientos. Desde entonces he dejado de jugar a los socorristas  y le cojo la mano y subo el volumen de la tele todo lo que puedo para que Ez recobré la vida escuchando la voz de los mitos que nunca se la quitaron. 


La mano de Ez está más fría de lo habitual, y no puedo retenerla mucho tiempo en la mía porque me la deja helada, igual de muerta que la suya.
 La rubia con nariz de cerdito apareció por el hospital el primer día que a Ez lo ingresaron, supongo que como yo, también le esperaba en el aeropuerto de Barajas. Está más flaca, si cabe, que el día que nos topamos por casualidad  en la selección de lencería de aquel almacén. No tenía pómulos y los ojos se le han amarronado dejándole una brizna de enfermedad por toda la cara. Sufría cuando miró a Ez y lo vio muerto, pero respirando, mientras su corazón se elevaba como una montaña blanca en el monitor que tiene en la cabecera de la cama. No sé qué le dijo al oído derecho, ni me importa, seguro que lo mismo que le dije yo en el oído izquierdo. Pero, sinceramente a pesar de la tristeza, estoy más preocupada por el amor de la rubia, que por el mío propio.
Estoy descubriendo en estos momentos, lo egoísta y mala que soy, y como en el fondo me alegro de que Ez esté planchado en la cama con la cabeza en el limbo. Esto que digo es deleznable y asqueroso, y hay noches que me voy llorando del hospital pensando que los genes del hijo de puta del insípido, están creciendo dentro de mí a pasos agigantados. Y tal vez, en el fondo, mi bipolaridad sea una tapadera al lado oscuro que llevo dentro. ¿Cómo es posible que haya amado a Ez con toda mi alma y en el fondo desee que siga ahí, tumbado como un cadáver?¿Qué me está pasando? Sí lo único que deseo es que Ez se despierte, me abrace, hagamos su maleta y salgamos de este hospital y corramos juntos a recuperar nuestro amor. 



lunes, 16 de septiembre de 2013

A veces llegan cartas


Capítulo 34 

Septiembre, un maravilloso sol dorado tiñe los ángulos de las casas de un color que se parece al barniz del almíbar que baña las caracolas de la panadería. ¿Pero qué cursilería estoy diciendo? Sí estamos en septiembre, hace un calor sofocante, igualito al calor del mes de julio, eso si, menos mal que refresca por la noche, y yo voy llorando por las esquinas de todas esas casas que baña el sol cada tarde.
¿Por qué lloro? En primer lugar porque estoy en el vértice de mi tripolaridad y sólo falta ponerme en la cabeza un cucurucho de papel y tocar una trompeta en cualquier parte de la acera de la calle de Jenner. Sí, en la calle de Ez, o en Marqués de Riscal, o en cualquiera de las cuatro calles tan solitarias que en fin de semana parecen  pertenecer a otro lugar de Madrid: a un barrio anónimo y residencial de cualquier lado del mundo.
Sí, tengo ganas de que me encierren en un cuartito acolchado de color fucsia (creo que  ese color es buenísimo para los locos) y me atiborren de pastillas de todos los tamaños y me borren la memoria  los últimos dos años de mi vida.
“Sinceramente, señor director de cualquier casa de salud que me oiga, se lo agradecería tanto…”


 Pero no, lejos de ir coger el autobús para Ciempozuelos, porque para la Clínica López Ibor no me dan los euros, ¿Qué hago? Sigo yendo cada jueves  a casa de Ez.
Ez todavía continúa en Australia, enseñando cine a los universitarios de Camberra, su madre sigue ida, Rascafría se está poniendo redonda de cocinar tartas y tartas de zanahorias y de comérselas ella solita, porque a mí las zanahorias me dan alergia, no, no creo que lleven el colorante E-330, pero tienen un color bastante sospechoso, como para que no te vuelvas azafrán para el resto de tus días si se te ocurre probar un minúsculo bocado.
Mi querido Ez llevó a su madre al médico ante de irse, mejor dicho le hizo pasar una ITV médica de cuidado, y la verdad es que han dejado a la pobre mujer, como  una vieja, pero nuevecita; sigue con su cabeza perdida, eso sí, pero ha vuelto a recuperar el brillo de su mirada. Me ha vuelto a llamar Ava, y hemos vuelto a compartir sus gin tonics de media tarde. Y una tarde, una de esas maravillosas tardes de jueves que volvía de casa de Ez medio embriagada por los dos gin tonics que me había metido en el cuerpo, una dichosa tarde en la que ya no me acordaba ni de Ez, ni del encuentro con la rubia en el Pub de Rosales, se me ocurre mirar el buzón, y qué diréis que me encuentro: tres sobres con matasellos del país de los canguros. Una, dos y tres… cartas de Ez.


Y la primera carta dice así:



Camberra, 30, o8, 2013

Regina,
te extrañará esta carta:
Sólo quería decirte que nunca me perdonaré el daño que te he hecho, estar aquí lejos de todo me ha permitido reflexionar sobre los últimos años de mi vida. Quiero pedirte perdón, porque en el fondo soy un hombre lleno de contradicciones, necesito estar solo y quiero estar solo, pero luego la piel me es imprescindible.
 He tenido la mala suerte de estar enamorado de dos personas, y he sido tan egoísta y abominable de pensar y urdir como podría teneros a las dos y no perderos.
He pasado un tiempo maravilloso contigo, y a pesar de nuestras diferencias culturales, me has enseñado muchas cosas, muchísimas. Viví un infierno en casa viendo como mi padre y madre se destrozaban y como una pareja significaba un infierno. Tú me has dado tanto amor y tanto cariño que hiciste que realmente creyera en una pareja. Sin embargo, hay algo dentro de mí, que tiende a la autodestrucción, y muchas veces he huido de ti porque en el fondo necesitaba destruir nuestra relación. 
He perdonado a mi padre, su abandono, su silencio en todos estos años cuando yo lo admiraba y lo necesitaba.
Mi amada Regina, tenemos grandes diferencias, tú eres una mujer convencional y yo soy un hombre de relaciones. Tú necesitas una pareja y yo huyo del compromiso y a la vez tengo que estar comprometido para poder vivir; por eso vivo con mi madre, no podría abandonarla, por eso me mantengo en esa habitación de soltero. No he sabido nada de ti, desde que volví con …. Fue por casualidad, soy débil.  Ella sigue con su marido y nos vemos de vez en cuando. Te preguntarás por qué no lo deja y se queda conmigo.  Imagino que él le da muchas cosas que yo no puedo darle, y luego estás tú. Te echo de menos muchas veces, tus preguntas ingenuas sobre el cine, esa trasparencia que te rodea. Sé que mi relación con …. No llegara a nada, se acabará diluyendo. Pero soy incapaz de elegir, de tomar una decisión, mi equilibrio se haya mermado. Intente morirme cuando durante los dos primeros meses no recibías ni un solo mensaje ni contestabas a las llamadas. Ni siquiera pude estar con …..

 ¡Feliz cumpleaños Regina!

     Edward.



II Carta.
Camberra, 2, 09, 2013

El tiempo en Camberra, se ha puesto muy feo, ya estoy deseando volver a Madrid, dos meses de hotel son demasiado, voy a aprovechar esta última semana para hacer turismo. Dentro de una hora sale mi vuelo para Alice Springs, una ciudad que está en el centro de Australia, quiero ver el desierto, y contemplar la montaña ULURU.
Te encantaría este paisaje aunque te daría un poco de miedo, tan agreste, tan solitario, tan árido para mi pequeña Regina, ávida de colores y de gentes felices.
Has sido muy generosa conmigo, Regina, mucho. No dejo de recordar nuestros ratos en las librería comprando libros y tu cara de niña ilusionada cuando te descubría una nueva película, disfrutabas tanto de las pequeñas cosas. De eso, en definitiva, trata el amor, ¿no? de lo cotidiano, ese es el amor que siempre vence a la monotonía.

Cuídate Regina.

Ez.

III Carta.
ALICE SPRINGS

El desierto me ha dado la vida que había perdido entre tantas horas de clase. Han sido unos días maravillosos, y llenos de paz, lo necesitaba. Quiero volver aquí contigo, sé que serías muy feliz. Mañana parto hacía Camberra y después de un largo vuelo llegaré a Barajas el 23 a las cinco de la tarde.

Gracias por regalarme tanto amor. Te echo de menos.

Ez.



Leí las cartas de Ez y me quedé sin palabras, mejor dicho, tenía tantos gritos que decirle.
 Me hubiera pasado gritando toda la noche en espera de que la velocidad del sonido se triplicara y llegara hasta los cielos del desierto, y el viento  llenara de mis recuerdos la cabeza de Ez.
 Y en un intento inútil, lo hice, grité mientras me duchaba y lloré mientras quemaba las cartas una tras otra en el fregadero de piedra de la cocina. No quería leerlas más, fue mejor quemarlas, porque si no las hubiera roto me hubiera pasado tres días intentando pegarlas como si fueran un puzzle gigante











miércoles, 4 de septiembre de 2013

La rubia con nariz de cerdito


Capitulo 33

La vida, la mayoría de las veces, es un juego. Un juego que se parece mucho a la ruleta rusa, con la pequeña diferencia que la vida se encarga de llevar el cargador de su pistola lleno de balas.
Y esta afirmación tan Destroyer la hago, porque si las pasé canutas encontrándome con Ez a la salida de misa, el día que me dio por correr hasta su casa en calzón corto, imitando a los atletas maratonianos; la vida, unas semanas más tarde, en vez de condecorarme con una medalla olímpica por el mal trago que pasó mi corazón, me regalaba otra bala…
No sé cómo demonios pude coincidir con la rubia de nariz de cerdito en la planta de lencería fina de unos famosos almacenes.
¡Maldita sea! Estaba probándome un precioso sujetador azul añil (como siempre me quedaba pequeño), y casualmente saqué la cabeza  por el lateral de la cortina del probador para buscar a la señorita amable que siempre desaparece y te deja en pelotas en semejante postura ridícula. ¡Cuál no sería mi arrebato!, cuándo  veo a la rubia enfrente de mí con una negligé negra en la mano, que me sonríe y me enseña su preciosa dentadura esculpida con fundas de porcelana.
Me puse a sudar nada más verla, recordando su atolondramiento el día que nos conocimos en aquel ascensor del Cine Proyecciones. Y casi descuelgo la cortina del susto reviviendo la bofetada que le propiné por histérica. Pero afortunadamente, a pesar de mi pánico, ella no me reconoció.
La rubia seguía igual de flaca y con la misma voz de mosquita muerta, una voz chillona y dulce  que se te mete en el tímpano y te retuerce el hígado en un pellizco. Claro que, gracias a su melena sedosa y reluciente, es sólo una minimosquita muerta. En cambio yo, en otro de mis ataques delictivos contra mi cabellera (sí, ya me he cansado de ser una rubia oxigenada de bote) me he rapado la cabeza, y soy igualita que Demi Moore en la teniente O´Neil).


Tampoco sé cómo acabé con la rubia nariz de cerdito sentada en un pub de la calle de Pintor Rosales. Ni sé lo que me diría la minimosquita muerta, para que como un corderillo yo la siguiera hasta el matadero. Tal vez, sólo trataba de descubrir que era lo que amaba Ez en aquella mujer de pelo rubio, pecho plano y piernitas de alambre.
   
Nos sentamos en una de las mesas del pub, y le pedimos a un camarero mulato con ojos azules, un café americano para ella y un gin tonic para mí. Sí, un gin tonic, porque ver a la novia de Ez en vivo y en directo se merecía un  traguito de alcohol. A punto  estuve de pedir un sol y sombra, pero suponía que en aquel sitio tan fino quedaría de muy mal gusto.
 Y sin más preámbulos, decidí escuchar la verborrea de la de la mujer flacucha y huesuda que tenía la cabeza como un bombo.


      -Mi novio no sabe lo que quiere -me dijo, dando un sorbo a su café humeante. El mío... tampoco pensé yo para mis  adentros. Mejor dicho, el tuyo que en realidad era mío, el mío que ahora es otra vez tuyo.

No se lo dije pero ganas me dieron.

      -¿Pero a ti Edwarz te ha pedido matrimonio alguna vez?-le pregunté en voz baja para confirmar mi poderío.

…….-No –me dijo tajante. Y yo pensando: pues uno a cero te gano rubia. Y le di un sorbo largo al gin tonic.

              -No, no puede pedírmelo, porque estoy casada –dijo la rubia mirándome con ojos de noña.

 Y entonces pegué un brinco y casi tiro el gin tonic, el bidón de café americano y los frutos chinos de la mesa.

¡¡¡O sea, que Ez, mi Ez, su Ez estaba liado con una mujer casada.!!!

¡¡¡O sea que la rubia nariz de cerdito le quemaba la pata a su marido!!!

¡¡¡Dios, qué dolor!!!

Y como se llama tu marido, le pregunté en vez de vomitar .

-Edwarz, también Edwarz, fíjate que casualidad.

<<Le gusta coleccionar nombres pensé yo, repite nombre, y eso qué querrá decir. Tengo que preguntárselo a la bruja ludópata cuando vaya, Si es que voy, porque son sesenta eurazos, y entonces me quedaría durante un mes sin maquillaje, colonia, gel de baño, crema hidratante y colorete.
A lo mejor no hace falta preguntárselo,  a lo mejor, la vida es tan repetida que hasta te repite los nombres una y otra vez. No para que te quedes, sino para que salgas corriendo…>>

     -Que harías tú –dijo la rubia, encogiéndose de hombros.

Yo no le contesté, la rubia siguió apurando el último sorbo de su bidón de café americano, y llamó de nuevo al camarero para pedir otro bidón.
Apareció el camarero guapo, de nuevo. Menos mal, la belleza a veces se lleva lo podrido si se queda poco tiempo cerca de lo que ya esta muerto
Y se lo llevó, hasta que la rubia me dijo en voz queda.

      -Es guapo, lástima que sea gay, y esbozó una sonrisa maléfica y arrebatadora.  Y a pesar de estar más flaca que una momia decorada por los gusanos del tiempo, la cara de la rubia inundó de alegría toda la habitación.

<<Pues no lo sabía ricaaa, no sabía que era gayyy, gracias por amargarme la vida todavía un poco másss. Reconozco que soy un verdadero cenizo en descubrir armarios empotrados. ¿Si te crees que  porque sonrías a lo Julia Roberts eres la más privilegiada del Planeta, vas lista?. Porque mi risa tampoco esta nada, nada mal. Bueno…, eso era lo que me decía Ez en algunos momentos… pero ahora al ver la tuya, estoy por visitar a algunos de esos dentistas que recomiendan en el Hola y me hago un blanqueamiento, o me pego unos diamantes en los incisivos a lo Madonna. Esta bien, tú sonrisa es inigualable, pero a tetas no me ganas>>

No escuché ni una sola palabra  de lo que la rubia me contaba acerca de Ez, me importaba un pepino, ya sí. Bastante preocupada estaba yo en hablar conmigo misma. Ahora, eso sí, para entrar en situación me bebí el resto del  gin tonic de golpe y después de los litros de alcohol corriendo por las venas, le pregunté a la rubia que por qué no abandonaba a su marido, o por lo menos le confesaba que hacía años que le ponía unos cuernazos de búfalo con Ez. 

Y en ese momento, la rubia se echó a llorar como un recién nacido. Juan, el camarero gay vino con una caja de Kleenex rosas y como un prestidigitador desplegó unas hojas de papel sedoso y las depositó cuidadosamente en el regazo de la rubia.
La rubia llorando con mocos y babas (signo inequívoco de que estaba hecha puré) me dijo a duras penas, que quería tanto a su Ez I, como para no dejarlo por mi Ez II; pero a la vez a mi Ez II también lo quería muchísimo, pero le daba miedo abandonar a su Ez I por si luego le iba mal con mi Ez II.
Yo, ya me había ablandado  un poco con los mocos y las babas  de la rubia, y a punto estaba de entenderlo todo, de enjugarle yo misma las lagrimas con otros tres pañuelos de papel rosa de la caja que amablemente Juan había dejado encima de la mesa, cuando de repente, a cámara lenta llegó a mi cabeza  una escena que me paralizó.
Vi a la rubia con una hilera de moco colgando de su nariz de cerdito (y juro que ese momento parecía más cerda que nunca).  Me vi a mi misma con los pies aprisionados por unas sandalias de tiras que se me clavaban en los dedos haciendo que parecieran diez salchichas de Frankfurt. Vi a Juan mirando con ojos siniestros a la rubia que se dejaba las babas encima del mantel de hilo donde había colocado tan primorosamente el tazón de porcelana con el café.


Y no sé cómo explicarlo… vino a mi memoria aquella mañana de cine en Barcelona junto a la tía Regina;  apareció en mi mente aquella película de Bergman. Y me vi sentada en una butaca roja, cerrando los ojos, contando hasta cien, y jugando con la oscuridad hasta que las figuras negras y desdentadas de El manantial de la doncella se escaparon de la pantalla, entraron en aquel pub y se llevaron envuelta en sus capas negras a una niña de siete años con dos trenzas morenas anudadas con lazos azules.

Intente abrir un ojo, pero no pude, tenía encima de la frente una correa de acero que me aprisionaba la cabeza, y la correa aprisionaba sin piedad las sienes. Lo intenté de nuevo a pesar del dolor y conseguí ver una luz oscura, y oí una voz que repetía una y otra vez cual era mi nombre.
Mi nombre… mi nombre…..........Regina…

  
 Ignoro el motivo del desmayo, pero tengo un cerebro que no pasa una. Cuando la situación de peligro pasa  la línea roja, se desconecta y me deja tirada con las patas por delante. Sin importarle poco o mucho donde me encuentre; él a lo que va es a proteger sus neuronas y que de mi cuerpo se ocupen los chicos del Samur.

La broma me ha costado cinco puntos en el párpado derecho, y un parche de silicona en el ojo por el que no veo nada.

 “O le ponemos el parche y está cinco días de reposo con ese ojo, o el párpado se le desgarra y le va a quedar una cicatriz que va a parecer la hija de Nosferatu”. Eso fue más o menos lo que me dijo el médico del Samur. Y yo le respondí algo así: “Pues no diga usted más. Si lo mejor de mi cuerpo son mis atributos mamarios y el color de ojos me dejó en herencia la tía Gina, no vamos a estropear lo poco que tenemos”. 
Y tuerta, pero con mucha dignidad me levanté de la camilla, no sin antes darle las gracias al doctor, y a Juan el camarero, que me esperaba sentado en un banco de Pintor Rosales

De la rubia ni hablamos, desapareció de mi lado en cuanto me caí al suelo. Es una cobarde de la vida, de la sangre, del amor…  Me la imagino corriendo en brazos de Ez I y de Ez II, o tal vez de otro para que le quiten la angustia que lleva pegada a los talones.

No voy a decir lo que pienso de ella, o de los que siempre llevan un amor de repuesto en la agenda, ya tengo bastante con lo que pienso de mí. 
Y lo que pienso de mí, no es bueno.

Ya no tomo Seroxat, y llevo el dolor de los cinco agujeros que me atraviesan el párpado derecho    colgados en el corazón.