Septiembre, un maravilloso sol
dorado tiñe los ángulos de las casas de un color que se parece al barniz del almíbar
que baña las caracolas de la panadería. ¿Pero qué cursilería estoy diciendo?
Sí estamos en septiembre, hace un calor sofocante, igualito al calor del mes
de julio, eso si, menos mal que refresca por la noche, y yo voy llorando por
las esquinas de todas esas casas que baña el sol cada tarde.
¿Por qué lloro? En primer lugar
porque estoy en el vértice de mi tripolaridad y sólo falta ponerme en la cabeza
un cucurucho de papel y tocar una trompeta en cualquier parte de la acera de la
calle de Jenner. Sí, en la calle de Ez, o en Marqués de Riscal, o en cualquiera
de las cuatro calles tan solitarias que en fin de semana parecen pertenecer a otro lugar de Madrid: a un
barrio anónimo y residencial de cualquier lado del mundo.
Sí, tengo ganas de que me
encierren en un cuartito acolchado de color fucsia (creo que ese color
es buenísimo para los locos) y me atiborren de pastillas de todos los tamaños y
me borren la memoria los últimos
dos años de mi vida.
“Sinceramente, señor director de
cualquier casa de salud que me oiga, se lo agradecería tanto…”
Pero no, lejos de ir coger el autobús para Ciempozuelos, porque para la Clínica López Ibor no me dan los euros, ¿Qué hago? Sigo yendo cada jueves a casa de Ez.
Ez todavía continúa en Australia, enseñando cine a los universitarios de Camberra, su madre sigue
ida, Rascafría se está poniendo redonda de cocinar tartas y tartas de zanahorias
y de comérselas ella solita, porque a mí las zanahorias me dan alergia, no, no creo
que lleven el colorante E-330, pero tienen un color bastante sospechoso, como
para que no te vuelvas azafrán para el resto de tus días si se te ocurre
probar un minúsculo bocado.
Mi querido Ez llevó a su madre al médico
ante de irse, mejor dicho le hizo pasar una ITV médica de cuidado, y la verdad
es que han dejado a la pobre mujer, como una vieja, pero nuevecita; sigue con su cabeza
perdida, eso sí, pero ha vuelto a recuperar el brillo de su mirada. Me ha
vuelto a llamar Ava, y hemos vuelto a compartir sus gin tonics de media tarde. Y una tarde, una de esas maravillosas tardes de jueves que volvía de casa de Ez
medio embriagada por los dos gin tonics que me había metido en el cuerpo, una dichosa tarde en la que ya no me acordaba ni de Ez, ni del encuentro con la rubia en el Pub de Rosales, se me
ocurre mirar el buzón, y qué diréis que me encuentro: tres sobres con
matasellos del país de los canguros. Una, dos y tres… cartas de Ez.
Y la primera carta dice así:
Camberra,
30, o8, 2013
Regina,
te
extrañará esta carta:
Sólo
quería decirte que nunca me perdonaré el daño que te he hecho, estar aquí lejos
de todo me ha permitido reflexionar sobre los últimos años de mi vida. Quiero
pedirte perdón, porque en el fondo soy un hombre lleno de contradicciones,
necesito estar solo y quiero estar solo, pero luego la piel me es
imprescindible.
He tenido la mala suerte de estar
enamorado de dos personas, y he sido tan egoísta y abominable de pensar y urdir
como podría teneros a las dos y no perderos.
He
pasado un tiempo maravilloso contigo, y a pesar de nuestras diferencias culturales,
me has enseñado muchas cosas, muchísimas. Viví un infierno en casa viendo como
mi padre y madre se destrozaban y como una pareja significaba un infierno. Tú
me has dado tanto amor y tanto cariño que hiciste que realmente creyera en una
pareja. Sin embargo, hay algo dentro de mí, que tiende a la autodestrucción, y
muchas veces he huido de ti porque en el fondo necesitaba destruir nuestra
relación.
He
perdonado a mi padre, su abandono, su silencio en todos estos años cuando yo lo
admiraba y lo necesitaba.
Mi
amada Regina, tenemos grandes diferencias, tú eres una mujer convencional y yo
soy un hombre de relaciones. Tú necesitas una pareja y yo huyo del compromiso y
a la vez tengo que estar comprometido para poder vivir; por eso vivo con mi
madre, no podría abandonarla, por eso me mantengo en esa habitación de soltero.
No he sabido nada de ti, desde que volví con …. Fue por casualidad, soy débil. Ella sigue con su marido y nos vemos de
vez en cuando. Te preguntarás por qué no lo deja y se queda conmigo. Imagino que él le da muchas cosas que
yo no puedo darle, y luego estás tú. Te echo de menos muchas veces, tus
preguntas ingenuas sobre el cine, esa trasparencia que te rodea. Sé que mi
relación con …. No llegara a nada, se acabará diluyendo. Pero soy incapaz de
elegir, de tomar una decisión, mi equilibrio se haya mermado. Intente morirme
cuando durante los dos primeros meses no recibías ni un solo mensaje ni
contestabas a las llamadas. Ni siquiera pude estar con …..
¡Feliz cumpleaños Regina!
Edward.
II
Carta.
El
tiempo en Camberra, se ha puesto muy feo, ya estoy deseando volver a Madrid,
dos meses de hotel son demasiado, voy a aprovechar esta última semana para
hacer turismo. Dentro de una hora sale mi vuelo para Alice Springs, una ciudad
que está en el centro de Australia, quiero ver el desierto, y contemplar la montaña ULURU.
Te
encantaría este paisaje aunque te daría un poco de miedo, tan agreste, tan
solitario, tan árido para mi pequeña Regina, ávida de colores y de gentes
felices.
Has
sido muy generosa conmigo, Regina, mucho. No dejo de recordar nuestros ratos en
las librería comprando libros y tu cara de niña ilusionada cuando te descubría
una nueva película, disfrutabas tanto de las pequeñas cosas. De eso, en
definitiva, trata el amor, ¿no? de lo cotidiano, ese es el amor que siempre
vence a la monotonía.
Cuídate
Regina.
Ez.
III
Carta.
ALICE
SPRINGS
El
desierto me ha dado la vida que había perdido entre tantas horas de clase. Han
sido unos días maravillosos, y llenos de paz, lo necesitaba. Quiero volver aquí
contigo, sé que serías muy feliz. Mañana parto hacía Camberra y después de un
largo vuelo llegaré a Barajas el 23 a las cinco de la tarde.
Gracias
por regalarme tanto amor. Te echo de menos.
Ez.
Leí las cartas de Ez y me quedé
sin palabras, mejor dicho, tenía tantos gritos que decirle.
Me hubiera pasado
gritando toda la noche en espera de que la velocidad del sonido se triplicara y
llegara hasta los cielos del desierto, y el viento llenara de mis recuerdos la cabeza de Ez.
Y en un intento inútil, lo hice, grité mientras me duchaba y
lloré mientras quemaba las cartas una tras otra en el fregadero de piedra de la
cocina. No quería leerlas más, fue mejor quemarlas, porque si no las hubiera roto
me hubiera pasado tres días intentando pegarlas como si fueran un puzzle
gigante.
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