Capitulo 33
La vida, la mayoría de las veces,
es un juego. Un juego que se parece mucho a la ruleta rusa, con la pequeña
diferencia que la vida se encarga de llevar el cargador de su pistola lleno de
balas.
Y esta afirmación tan Destroyer
la hago, porque si las pasé canutas encontrándome con Ez a la salida de misa,
el día que me dio por correr hasta su casa en calzón corto, imitando a los
atletas maratonianos; la vida, unas semanas más tarde, en vez de condecorarme
con una medalla olímpica por el mal trago que pasó mi corazón, me regalaba otra
bala…
No sé cómo demonios pude coincidir
con la rubia de nariz de cerdito en
la planta de lencería fina de unos famosos almacenes.
¡Maldita sea! Estaba probándome un
precioso sujetador azul añil (como siempre me quedaba pequeño), y
casualmente saqué la cabeza por el
lateral de la cortina del probador para buscar a la señorita amable que siempre
desaparece y te deja en pelotas en
semejante postura ridícula. ¡Cuál
no sería mi arrebato!, cuándo veo
a la rubia enfrente de mí con una negligé negra en la mano, que me sonríe y me
enseña su preciosa dentadura esculpida con fundas de porcelana.
Me puse a sudar
nada más verla, recordando su atolondramiento el día que nos conocimos en aquel
ascensor del Cine Proyecciones. Y
casi descuelgo la cortina del susto reviviendo la bofetada que le propiné por
histérica. Pero afortunadamente, a pesar de mi pánico, ella no me reconoció.
La rubia seguía igual de flaca y con la misma voz de mosquita muerta,
una voz chillona y dulce que se te
mete en el tímpano y te retuerce el hígado en un pellizco. Claro que, gracias a
su melena sedosa y reluciente, es sólo una minimosquita
muerta. En cambio yo, en otro de mis ataques delictivos contra mi cabellera
(sí, ya me he cansado de ser una rubia oxigenada de bote) me he rapado la
cabeza, y soy igualita que Demi Moore en la teniente O´Neil).
Tampoco sé cómo acabé
con la rubia nariz de cerdito
sentada en un pub de la calle de Pintor Rosales. Ni sé lo que me diría la minimosquita muerta, para que como un
corderillo yo la siguiera hasta el matadero. Tal vez, sólo trataba de descubrir
que era lo que amaba Ez en aquella mujer de pelo rubio, pecho plano y piernitas de alambre.
Nos sentamos en una de las mesas del pub, y le pedimos a un camarero
mulato con ojos azules, un café americano para ella y un gin tonic para mí. Sí,
un gin tonic, porque ver a la novia de Ez en vivo y en directo se merecía un traguito de alcohol. A punto estuve de pedir un sol y sombra, pero
suponía que en aquel sitio tan fino quedaría de muy mal gusto.
Y sin más preámbulos, decidí escuchar la verborrea de la de
la mujer flacucha y huesuda que tenía la cabeza como un bombo.
-Mi
novio no sabe lo que quiere -me dijo, dando un sorbo a su café humeante. El mío... tampoco pensé yo para mis adentros. Mejor dicho, el tuyo que en
realidad era mío, el mío que ahora es otra vez tuyo.
No se lo dije pero ganas me dieron.
-¿Pero a ti Edwarz te ha pedido matrimonio alguna vez?-le pregunté en
voz baja para confirmar mi poderío.
…….-No –me dijo tajante. Y yo pensando:
pues uno a cero te gano rubia. Y le di un sorbo largo al gin tonic.
-No, no puede pedírmelo, porque estoy
casada –dijo la rubia mirándome con ojos de noña.
Y entonces pegué un brinco y casi tiro el gin tonic, el bidón de café
americano y los frutos chinos de la mesa.
¡¡¡O sea, que Ez, mi Ez, su Ez
estaba liado con una mujer casada.!!!
¡¡¡O sea que la rubia nariz de
cerdito le quemaba la pata a su marido!!!
¡¡¡Dios, qué dolor!!!
Y como se llama tu marido, le pregunté en vez de vomitar .
-Edwarz, también Edwarz, fíjate que casualidad.
<<Le gusta coleccionar nombres
pensé yo, repite nombre, y eso qué querrá decir. Tengo que preguntárselo a la
bruja ludópata cuando vaya, Si es que voy, porque son sesenta eurazos, y
entonces me quedaría durante un mes sin maquillaje, colonia, gel de baño, crema
hidratante y colorete.
A lo mejor no hace falta preguntárselo, a lo mejor, la vida es tan repetida que
hasta te repite los nombres una y otra vez. No para que te quedes, sino para
que salgas corriendo…>>
-Que
harías tú –dijo la rubia, encogiéndose de hombros.
Yo no le contesté, la rubia siguió apurando el último sorbo de su
bidón de café americano, y llamó de nuevo al camarero para pedir otro bidón.
Apareció el camarero guapo, de nuevo. Menos mal, la belleza a veces se lleva lo podrido si se queda poco tiempo
cerca de lo que ya esta muerto
Y se lo llevó, hasta que la rubia me dijo en voz queda.
-Es guapo, lástima que sea gay, y esbozó una sonrisa maléfica y
arrebatadora. Y a pesar de estar
más flaca que una momia decorada por los gusanos del tiempo, la cara de la
rubia inundó de alegría toda la habitación.
<<Pues no lo sabía ricaaa,
no sabía que era gayyy, gracias por amargarme la vida todavía un poco másss.
Reconozco que soy un verdadero cenizo en descubrir armarios empotrados. ¿Si te crees
que porque sonrías a lo Julia
Roberts eres la más privilegiada del Planeta, vas lista?. Porque mi risa
tampoco esta nada, nada mal. Bueno…, eso era lo que me decía Ez en algunos
momentos… pero ahora al ver la tuya, estoy por visitar a algunos de esos
dentistas que recomiendan en el Hola y me hago un blanqueamiento, o me pego
unos diamantes en los incisivos a lo Madonna. Esta bien, tú sonrisa es
inigualable, pero a tetas no me ganas>>
No escuché ni una sola
palabra de lo que la rubia me
contaba acerca de Ez, me importaba un pepino, ya sí. Bastante preocupada estaba
yo en hablar conmigo misma. Ahora, eso sí, para entrar en situación me bebí el
resto del gin tonic de golpe y
después de los litros de alcohol corriendo por las venas, le pregunté a la rubia que por qué no abandonaba a su
marido, o por lo menos le confesaba que hacía años que le ponía unos cuernazos de búfalo con Ez.
Y en ese momento, la rubia se echó a llorar como un recién
nacido. Juan, el camarero gay vino con una caja de Kleenex rosas y como un
prestidigitador desplegó unas hojas de papel sedoso y las depositó cuidadosamente
en el regazo de la rubia.
La rubia llorando con mocos y
babas (signo inequívoco de que estaba hecha puré) me dijo a duras penas, que
quería tanto a su Ez I, como para no dejarlo por mi Ez II; pero a la vez a mi
Ez II también lo quería muchísimo, pero le daba miedo abandonar a su Ez I por
si luego le iba mal con mi Ez II.
Yo, ya me había ablandado un poco con los mocos y las babas de la rubia, y a punto estaba de
entenderlo todo, de enjugarle yo misma las lagrimas con otros tres pañuelos de
papel rosa de la caja que amablemente Juan había dejado encima de la mesa,
cuando de repente, a cámara lenta llegó a mi cabeza una escena que me paralizó.
Vi a la rubia con una hilera de
moco colgando de su nariz de cerdito (y
juro que ese momento parecía más cerda que nunca). Me vi a mi misma con los pies aprisionados
por unas sandalias de tiras que se me clavaban en los dedos haciendo que parecieran
diez salchichas de Frankfurt. Vi a Juan mirando con ojos siniestros a la rubia
que se dejaba las babas encima del mantel de hilo donde había colocado tan
primorosamente el tazón de porcelana con el café.
Intente abrir un ojo, pero no
pude, tenía encima de la frente una correa de acero que me aprisionaba la
cabeza, y la correa aprisionaba sin piedad las sienes. Lo intenté de nuevo a
pesar del dolor y conseguí ver una luz oscura, y oí una voz que repetía una y
otra vez cual era mi nombre.
Mi nombre… mi nombre…..........Regina…
Ignoro el motivo del desmayo, pero tengo un cerebro que no
pasa una. Cuando la situación de peligro pasa la línea roja, se desconecta y
me deja tirada con las patas por delante. Sin importarle poco o mucho donde me encuentre;
él a lo que va es a proteger sus neuronas y que de mi cuerpo se ocupen los
chicos del Samur.
La broma me ha costado cinco puntos en el párpado derecho, y un
parche de silicona en el ojo por el que no veo nada.
“O le ponemos el parche y está cinco días de reposo con ese
ojo, o el párpado se le desgarra y le va a quedar una cicatriz que va a parecer
la hija de Nosferatu”. Eso fue más o menos lo que me dijo el médico del Samur.
Y yo le respondí algo así: “Pues no diga usted más. Si lo mejor de mi cuerpo
son mis atributos mamarios y el color de ojos me dejó en herencia la tía Gina,
no vamos a estropear lo poco que tenemos”.
Y tuerta, pero con mucha dignidad me levanté de la camilla,
no sin antes darle las gracias al doctor, y a Juan el camarero, que me
esperaba sentado en un banco de Pintor Rosales
De la rubia ni hablamos, desapareció
de mi lado en cuanto me caí al suelo. Es una cobarde de la vida, de la sangre, del
amor… Me la imagino corriendo en
brazos de Ez I y de Ez II, o tal vez de otro para que le quiten la angustia que
lleva pegada a los talones.
No voy a decir lo que pienso de
ella, o de los que siempre llevan un amor de repuesto en la agenda, ya tengo
bastante con lo que pienso de mí.
Ya no tomo
Seroxat, y llevo el dolor de los cinco agujeros que me atraviesan el párpado
derecho colgados en el corazón.
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