miércoles, 4 de septiembre de 2013

La rubia con nariz de cerdito


Capitulo 33

La vida, la mayoría de las veces, es un juego. Un juego que se parece mucho a la ruleta rusa, con la pequeña diferencia que la vida se encarga de llevar el cargador de su pistola lleno de balas.
Y esta afirmación tan Destroyer la hago, porque si las pasé canutas encontrándome con Ez a la salida de misa, el día que me dio por correr hasta su casa en calzón corto, imitando a los atletas maratonianos; la vida, unas semanas más tarde, en vez de condecorarme con una medalla olímpica por el mal trago que pasó mi corazón, me regalaba otra bala…
No sé cómo demonios pude coincidir con la rubia de nariz de cerdito en la planta de lencería fina de unos famosos almacenes.
¡Maldita sea! Estaba probándome un precioso sujetador azul añil (como siempre me quedaba pequeño), y casualmente saqué la cabeza  por el lateral de la cortina del probador para buscar a la señorita amable que siempre desaparece y te deja en pelotas en semejante postura ridícula. ¡Cuál no sería mi arrebato!, cuándo  veo a la rubia enfrente de mí con una negligé negra en la mano, que me sonríe y me enseña su preciosa dentadura esculpida con fundas de porcelana.
Me puse a sudar nada más verla, recordando su atolondramiento el día que nos conocimos en aquel ascensor del Cine Proyecciones. Y casi descuelgo la cortina del susto reviviendo la bofetada que le propiné por histérica. Pero afortunadamente, a pesar de mi pánico, ella no me reconoció.
La rubia seguía igual de flaca y con la misma voz de mosquita muerta, una voz chillona y dulce  que se te mete en el tímpano y te retuerce el hígado en un pellizco. Claro que, gracias a su melena sedosa y reluciente, es sólo una minimosquita muerta. En cambio yo, en otro de mis ataques delictivos contra mi cabellera (sí, ya me he cansado de ser una rubia oxigenada de bote) me he rapado la cabeza, y soy igualita que Demi Moore en la teniente O´Neil).


Tampoco sé cómo acabé con la rubia nariz de cerdito sentada en un pub de la calle de Pintor Rosales. Ni sé lo que me diría la minimosquita muerta, para que como un corderillo yo la siguiera hasta el matadero. Tal vez, sólo trataba de descubrir que era lo que amaba Ez en aquella mujer de pelo rubio, pecho plano y piernitas de alambre.
   
Nos sentamos en una de las mesas del pub, y le pedimos a un camarero mulato con ojos azules, un café americano para ella y un gin tonic para mí. Sí, un gin tonic, porque ver a la novia de Ez en vivo y en directo se merecía un  traguito de alcohol. A punto  estuve de pedir un sol y sombra, pero suponía que en aquel sitio tan fino quedaría de muy mal gusto.
 Y sin más preámbulos, decidí escuchar la verborrea de la de la mujer flacucha y huesuda que tenía la cabeza como un bombo.


      -Mi novio no sabe lo que quiere -me dijo, dando un sorbo a su café humeante. El mío... tampoco pensé yo para mis  adentros. Mejor dicho, el tuyo que en realidad era mío, el mío que ahora es otra vez tuyo.

No se lo dije pero ganas me dieron.

      -¿Pero a ti Edwarz te ha pedido matrimonio alguna vez?-le pregunté en voz baja para confirmar mi poderío.

…….-No –me dijo tajante. Y yo pensando: pues uno a cero te gano rubia. Y le di un sorbo largo al gin tonic.

              -No, no puede pedírmelo, porque estoy casada –dijo la rubia mirándome con ojos de noña.

 Y entonces pegué un brinco y casi tiro el gin tonic, el bidón de café americano y los frutos chinos de la mesa.

¡¡¡O sea, que Ez, mi Ez, su Ez estaba liado con una mujer casada.!!!

¡¡¡O sea que la rubia nariz de cerdito le quemaba la pata a su marido!!!

¡¡¡Dios, qué dolor!!!

Y como se llama tu marido, le pregunté en vez de vomitar .

-Edwarz, también Edwarz, fíjate que casualidad.

<<Le gusta coleccionar nombres pensé yo, repite nombre, y eso qué querrá decir. Tengo que preguntárselo a la bruja ludópata cuando vaya, Si es que voy, porque son sesenta eurazos, y entonces me quedaría durante un mes sin maquillaje, colonia, gel de baño, crema hidratante y colorete.
A lo mejor no hace falta preguntárselo,  a lo mejor, la vida es tan repetida que hasta te repite los nombres una y otra vez. No para que te quedes, sino para que salgas corriendo…>>

     -Que harías tú –dijo la rubia, encogiéndose de hombros.

Yo no le contesté, la rubia siguió apurando el último sorbo de su bidón de café americano, y llamó de nuevo al camarero para pedir otro bidón.
Apareció el camarero guapo, de nuevo. Menos mal, la belleza a veces se lleva lo podrido si se queda poco tiempo cerca de lo que ya esta muerto
Y se lo llevó, hasta que la rubia me dijo en voz queda.

      -Es guapo, lástima que sea gay, y esbozó una sonrisa maléfica y arrebatadora.  Y a pesar de estar más flaca que una momia decorada por los gusanos del tiempo, la cara de la rubia inundó de alegría toda la habitación.

<<Pues no lo sabía ricaaa, no sabía que era gayyy, gracias por amargarme la vida todavía un poco másss. Reconozco que soy un verdadero cenizo en descubrir armarios empotrados. ¿Si te crees que  porque sonrías a lo Julia Roberts eres la más privilegiada del Planeta, vas lista?. Porque mi risa tampoco esta nada, nada mal. Bueno…, eso era lo que me decía Ez en algunos momentos… pero ahora al ver la tuya, estoy por visitar a algunos de esos dentistas que recomiendan en el Hola y me hago un blanqueamiento, o me pego unos diamantes en los incisivos a lo Madonna. Esta bien, tú sonrisa es inigualable, pero a tetas no me ganas>>

No escuché ni una sola palabra  de lo que la rubia me contaba acerca de Ez, me importaba un pepino, ya sí. Bastante preocupada estaba yo en hablar conmigo misma. Ahora, eso sí, para entrar en situación me bebí el resto del  gin tonic de golpe y después de los litros de alcohol corriendo por las venas, le pregunté a la rubia que por qué no abandonaba a su marido, o por lo menos le confesaba que hacía años que le ponía unos cuernazos de búfalo con Ez. 

Y en ese momento, la rubia se echó a llorar como un recién nacido. Juan, el camarero gay vino con una caja de Kleenex rosas y como un prestidigitador desplegó unas hojas de papel sedoso y las depositó cuidadosamente en el regazo de la rubia.
La rubia llorando con mocos y babas (signo inequívoco de que estaba hecha puré) me dijo a duras penas, que quería tanto a su Ez I, como para no dejarlo por mi Ez II; pero a la vez a mi Ez II también lo quería muchísimo, pero le daba miedo abandonar a su Ez I por si luego le iba mal con mi Ez II.
Yo, ya me había ablandado  un poco con los mocos y las babas  de la rubia, y a punto estaba de entenderlo todo, de enjugarle yo misma las lagrimas con otros tres pañuelos de papel rosa de la caja que amablemente Juan había dejado encima de la mesa, cuando de repente, a cámara lenta llegó a mi cabeza  una escena que me paralizó.
Vi a la rubia con una hilera de moco colgando de su nariz de cerdito (y juro que ese momento parecía más cerda que nunca).  Me vi a mi misma con los pies aprisionados por unas sandalias de tiras que se me clavaban en los dedos haciendo que parecieran diez salchichas de Frankfurt. Vi a Juan mirando con ojos siniestros a la rubia que se dejaba las babas encima del mantel de hilo donde había colocado tan primorosamente el tazón de porcelana con el café.


Y no sé cómo explicarlo… vino a mi memoria aquella mañana de cine en Barcelona junto a la tía Regina;  apareció en mi mente aquella película de Bergman. Y me vi sentada en una butaca roja, cerrando los ojos, contando hasta cien, y jugando con la oscuridad hasta que las figuras negras y desdentadas de El manantial de la doncella se escaparon de la pantalla, entraron en aquel pub y se llevaron envuelta en sus capas negras a una niña de siete años con dos trenzas morenas anudadas con lazos azules.

Intente abrir un ojo, pero no pude, tenía encima de la frente una correa de acero que me aprisionaba la cabeza, y la correa aprisionaba sin piedad las sienes. Lo intenté de nuevo a pesar del dolor y conseguí ver una luz oscura, y oí una voz que repetía una y otra vez cual era mi nombre.
Mi nombre… mi nombre…..........Regina…

  
 Ignoro el motivo del desmayo, pero tengo un cerebro que no pasa una. Cuando la situación de peligro pasa  la línea roja, se desconecta y me deja tirada con las patas por delante. Sin importarle poco o mucho donde me encuentre; él a lo que va es a proteger sus neuronas y que de mi cuerpo se ocupen los chicos del Samur.

La broma me ha costado cinco puntos en el párpado derecho, y un parche de silicona en el ojo por el que no veo nada.

 “O le ponemos el parche y está cinco días de reposo con ese ojo, o el párpado se le desgarra y le va a quedar una cicatriz que va a parecer la hija de Nosferatu”. Eso fue más o menos lo que me dijo el médico del Samur. Y yo le respondí algo así: “Pues no diga usted más. Si lo mejor de mi cuerpo son mis atributos mamarios y el color de ojos me dejó en herencia la tía Gina, no vamos a estropear lo poco que tenemos”. 
Y tuerta, pero con mucha dignidad me levanté de la camilla, no sin antes darle las gracias al doctor, y a Juan el camarero, que me esperaba sentado en un banco de Pintor Rosales

De la rubia ni hablamos, desapareció de mi lado en cuanto me caí al suelo. Es una cobarde de la vida, de la sangre, del amor…  Me la imagino corriendo en brazos de Ez I y de Ez II, o tal vez de otro para que le quiten la angustia que lleva pegada a los talones.

No voy a decir lo que pienso de ella, o de los que siempre llevan un amor de repuesto en la agenda, ya tengo bastante con lo que pienso de mí. 
Y lo que pienso de mí, no es bueno.

Ya no tomo Seroxat, y llevo el dolor de los cinco agujeros que me atraviesan el párpado derecho    colgados en el corazón.

















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