sábado, 21 de septiembre de 2013

Centauros del desierto/¿En donde estás amor?


Capítulo 35


Ez, pese a los esfuerzos de los pilotos del helicóptero que le llevaron volando desde una de las pistas de aterrizaje del aeropuerto de Barajas hasta el helipuerto de La Paz, y al equipo de intensivistas de la UVI de Neurología, sigue en coma. La hemorragia que le ha producido el trombo (así se llama ese pegajo de sangre, que le ha taponado una arteria después de llevar catorce horas de vuelo seguidas) es grande y ha dañado  una pequeña parte de su cerebro.

Ahora mi vida se reduce a ir los jueves a su casa, visitar a su madre, darle el parte médico mientras ella le da al Dry Martini,
y después de haber tranquilizado un poco a la pobre anciana, me voy a la cocina a llorar un buen rato junto a Rascafría, una mujer tan ingenua, como generosa, porque no ha dudado en ofrecer un trasplante de su médula, por si la sangre guatemalteca fuera capaz de curar “el mal de la cabeza del señorito Ez”.


El resto de tardes, incluidas la de los sábados y domingos, en cuanto echo el cierre de la panadería salgo pitando hacia el hospital, que por casualidades del destino no queda muy lejos de mi barrio.

Cada nuevo día que entro en la habitación 29 de la Planta de Neurología y veo  una maquina verde, insuflando y desinflando los pulmones de Ez, siento una pena infinita, y parece que esta maquina se ha llevado en un soplido las ganas que tenía todos estos meses atrás, de que el amor de mi vida se rompiera una costilla, la sexta derecha puestos a pedir, porque según Pepa una de las abuelas asiduas a la barrita sin sal : “ni peinarte puedes hija, porque al ser la derecha no puedo ni levantar la mano”.
Y anda qué no habré  pensado veces en la costilla derecha de Ez,  herida, astillada, lacerada como el filo uno de los cuchillos de Arguiñano.

Durante meses he maquinado todas las formas posibles de cómo se la podría romper, una cáscara de plátano en el portal de su casa, cuando no mirara el portero, que anda todo el día con la escoba en la mano; un topetazo bien fuerte de mi compañero del polideportivo de mi barrio “el musculitos” un jugador de rugby que juega en el equipo del Getafe, creo que este hombre debe de tener un master en anabolizantes, porque tiene unos bíceps que parecen las columnas de Hércules…
En fin, todo lo más horrible y asqueroso que os podáis imaginar. Y todo, para que Ez no pudiera escribir, no pudiera peinarse, ni abrazar a la rubia, y respirar le costara un dolor de grado terremoto. Y ahora mi Ez no puede hacer nada… Esa es la vida, la que te devuelve los deseos multiplicados 
cuando no los necesitas.
Ya que Ez no puede hacer nada, y me siento culpable de haberle deseado tantas desdichas, he decidido hacer una cosa por él. Estoy afónica de gritarle a medio hospital que Ez no puede volver a vivir si no ve películas. He visitado al director, a la jefa de enfermeras, al administrador, y a media docena de cargos, hasta que  un hombre bajo y rechoncho, con cara cetrina y pelo canoso, al que he bautizado como el Dr. Guisante (porque el hombre es de ascendencia francesa y tiene un apellido impronunciable, al menos para mí, que de idiomas ando lo que se dice “pelada”) se ha dignado a escucharme cinco minutos seguidos. Finalmente, el doctor Guisante, jefe del Servicio de Neurología, me ha autorizado a poner una televisión con DVD a los pies de la cama de Ez.



Desde hace veinte días las imágenes de Centauros del desierto adornan con sus colores la habitación, y mientras John Wayne busca a su sobrina y a Cicatriz, el jefe comanche que la secuestró, yo espero que los colores rojizos de la arena del desierto y los luminosos cielos azules despierten pronto al amor de mi vida.
 Ez cada hora que pasa tiene la cara más pálida, primero porque no le da el sol, y segundo porque ese aire que entra y sale de sus pulmones viene de un robot de plástico y acero que le hace el boca a boca mecánicamente pero sin pasión alguna.

Como ignorante que soy de todo lo relacionado con la ciencia, una tarde desconecté la boquilla del respirador de Ez y le insuflé de mis labios a los suyos todo el aire que pude, pensando que ese aire filtrado por algo vivo y familiar le podía hacer mas bien que las emboladas de oxigeno y aire comprimido que mandaba aquel ruidoso aparato. A los cuatro intentos que hice, el chivato del monitor de Ez donde se registra con unas líneas blancas el ritmo de su corazón empezó a perder altura y le conecté de nuevo al robot aterrada. Si Ez no estaba muerto, yo casi lo remato por dejarme llevar por mis sentimientos. Desde entonces he dejado de jugar a los socorristas  y le cojo la mano y subo el volumen de la tele todo lo que puedo para que Ez recobré la vida escuchando la voz de los mitos que nunca se la quitaron. 


La mano de Ez está más fría de lo habitual, y no puedo retenerla mucho tiempo en la mía porque me la deja helada, igual de muerta que la suya.
 La rubia con nariz de cerdito apareció por el hospital el primer día que a Ez lo ingresaron, supongo que como yo, también le esperaba en el aeropuerto de Barajas. Está más flaca, si cabe, que el día que nos topamos por casualidad  en la selección de lencería de aquel almacén. No tenía pómulos y los ojos se le han amarronado dejándole una brizna de enfermedad por toda la cara. Sufría cuando miró a Ez y lo vio muerto, pero respirando, mientras su corazón se elevaba como una montaña blanca en el monitor que tiene en la cabecera de la cama. No sé qué le dijo al oído derecho, ni me importa, seguro que lo mismo que le dije yo en el oído izquierdo. Pero, sinceramente a pesar de la tristeza, estoy más preocupada por el amor de la rubia, que por el mío propio.
Estoy descubriendo en estos momentos, lo egoísta y mala que soy, y como en el fondo me alegro de que Ez esté planchado en la cama con la cabeza en el limbo. Esto que digo es deleznable y asqueroso, y hay noches que me voy llorando del hospital pensando que los genes del hijo de puta del insípido, están creciendo dentro de mí a pasos agigantados. Y tal vez, en el fondo, mi bipolaridad sea una tapadera al lado oscuro que llevo dentro. ¿Cómo es posible que haya amado a Ez con toda mi alma y en el fondo desee que siga ahí, tumbado como un cadáver?¿Qué me está pasando? Sí lo único que deseo es que Ez se despierte, me abrace, hagamos su maleta y salgamos de este hospital y corramos juntos a recuperar nuestro amor. 



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