domingo, 7 de abril de 2013

Vanessa y sus gemelos




Capítulo 28

En la tahona hoy no ocurre nada extraordinario, Ramiro sigue en la trastienda amasando y diciendo las mismas barbaridades de siempre mientras suda  como si fuera  un exprimidor de limón lleno de agujeros. La cursi de Vanessa se ha pintado unos rabillos negros a lo Cleopatra que le hacen parecer  un pez globo con dos algas en los ojos. Vanessa ya está de cinco meses, y las hormonas prenatales le han regalado  una urticaria rosada, cada vez se ríe se le ponen los mofletes  tan tirantes que parece que le han salpicado la cara con mercurocromo. ¿Y yo? Yo estoy engordado a la par que Vanessa y juro por Dios que no estoy embarazada, porque no hago el amor con absolutamente nadie, sólo besos de tornillo  me permito.
En  cambio, en cuestión de comida,  soy una promiscua del azúcar. Otra vez tengo la voluntad perdida, porque me meto para el cuerpo las mismas napolitanas de chocolate que se traga Vanessa para su niño Oscar y  para su niña Uma. Sí, estos son los nombres tan cinematográficos que ha elegido Vanessa para sus dos retoños. Porque Vanessa, según ella, es clavadita a Uma Turman; pero concentrada en 150 cm de estatura. Lo cierto es que se le da  un aire, pero tan  liviano que la fantasía se desvanece en 0,2 segundos. Si Pinocho no fuera un cuento y de verdad creciera la nariz por mentir, Vanessa tendría el apéndice nasal  en el Hemisferio Sur, allá  con los pingüinos. ¡¡¡Qué mujer más trolera!!! No quisiera estar en la piel de esos dos angelitos cuando nazcanEstoy segura de  que en cuanto   aprendan a  balbucear  las primeras palabras van a pedir  asilo político en alguna embajada de Kazajistan.  Si los pobres fueran capaces de escuchar  las actividades  escolares y extraescolares a las que les va a apuntar  su madre, se pensarían mucho lo dejar el biberón y pasar a la papilla de verduras. Yo, que ellos, me quedaba mamando de la tetina de silicona de por vida. Y que su madre, la repollo, fuera a las clases de: danza, caballo, tenis y paddel que les tiene preparados. Y es que Vanessa en sus delirios de cine piensa que,  los gemelos tienen que ser   igualitos que Leo, el hijo de Pe y Javier Bardem. Pero claro,   a ellos les corresponde un  profesor de polideportivo municipal. Vanessa tiene una adicción por las actividades infantiles que va a fundir el único polideportivo del barrio  a costa de sus gemelos.  No exagero, a lo tres meses de estar embarazada  ya estaba pensando en   las clases de natación para bebés.  Vanessa es muy previsora, Vanessa lleva una vida pluscuamperfecta con su marido (un musculitos con pantalón marcando paquete y polo Lacoste con el cuello subido, Of. course). El Lacoste es de algodón topmantero, pero su BMW aunque sea de tercera mano es  cien por cien made in Alemania.  Domingo si y domingo también, Vanessa y su marido, visitan la casa de sus padres respectivos, y comen   paella valenciana o  arroz con pollo, dependiendo. Un thriller de vida como podéis imaginar. 



Sin embargo, -aunque  estoy hasta las trompas de Falopio de aguantar la verborrea de esta mujer, y maldigo mi tripolaridad- porque si no fuera por mis vaivenes emocionales, Ramiro no hubiera tenido la necesidad de contratar a Vanessa para que se ocupara de la caja registradora (mi cabeza se hace un lío con las vueltas monetarias, ¡ay!), aunque estoy hasta las  trompas de Falopio, repito,  de oír hablar de lactancia materna o mixta, y del mundo prenatal, debo de reconocer que Vanessa no se merece que yo sea tan despiadadamente burra con ella.

Un día,  Ramiro, después de pelearse con la harina y lanzarle los insultos habituales llamó a Vanessa,  le dijo que cogiera veinte euros de la caja y le  fuera a comprar un tinte para las canas. Vanessa volvió de la droguería con un bote de Peljoven y después de que Ramiro estuviera encerrado en el baño hora y media con ese mejunje en la cabeza, apareció con la cabellera color marrón desvaído y con unos goterones morados tatuados en la frente que le hacían parecer el mismísimo  Anton Chigurh (sí, el asesino de la  película de los Coen). Y en cuanto Ramiro se cruzó con los ojos de besugo de Vanessa le lanzó una mirada leonina a la cara y Vanessa se fue corriendo otra vez para la droguería y le trajo un tinte blanco. Y con las lanas de la oveja Dolly al viento Ramiro se preparó para celebrar su aniversario de  boda, pero su mujer, como siempre, le dio calabazas.

      -Amor, no puedo salir del trabajo -le dijo ella- con voz   melosa, por cuarto aniversario consecutivo.

Y  Ramiro en vez de quedarse en la trastienda con la cabeza baja y bebiendo coñac de una petaca plateada hasta la madrugada, nos invitó a Vanessa y a mí al mejor restaurante del barrio, un italiano decorado con mesas de madera oscura y manteles blancos bordados, donde ponen unos canelones de foie gras que nada tienen que envidiar a los de Arguiñano.
Ese miércoles fue el único día que  Vanessa  no  habló ni una sola palabra de sus gemelos.
Nos sentamos los tres en silencio en una preciosa mesa adornada con  margaritas blancas que había preparado  Giada, la camarera del Santa Madonna, y después de la mozzarella con tomate, cuando Giada nos trajo los segundos platos, Vanessa miró a Ramiro y se le empezaron a caer  unos lagrimones como garbanzos y ni Ramiro ni yo dijimos nada; ella siguió comiendo a dos carrillos mientras la cortina de agua le nublaba la vista y pinchaba como una autómata los ñoquis de mi plato confundiendo su comida con la mía. 


P.D.
Dedicado a J J.J.L  





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