miércoles, 26 de marzo de 2014
The Hours
Estoy revisitando a Wirginia Woolf en un curso con Laura Freixas y me he acordado de Las Horas. Fue una película muy evocadora, no por lo que cuenta sobre V.Woolf (esa es la parte más irregular de la película), sino por el miedo a la locura de los personajes que enfrenta. Un miedo a la locura que está en todos los que sienten de más, la vida.
Su banda sonora me pareció un regalo.
Buen día
L.W.
lunes, 30 de diciembre de 2013
The End
Después de la visita del médico tejano, he dormido doce horas seguidas. Me lo ha dicho Ez, que no se ha movido de la cabecera de mi cama. Me lo ha dicho mi marido. Me lo ha dicho el novio de la rubia.
Se me ha pelado la cara, y tengo una costra marrón que me recorre el labio superior. Casi la diño, casi me muero, casi me da un golpe de calor en el desierto.
Ez ha hecho las maletas, salimos para Madrid en un par de horas. Ez se ha pinchado su inyección de anticoagulante para que la sangre no se le espese. No tiene miedo a volar, sólo tiene miedo a las mujeres.
Yo tengo ocho horas para decidir que voy a hacer con mi vida.
Ocho horas para seguir mintiendo o volver a la panadería y vender panes para el resto de mis días, o pedirle el finiquito a Ricardo, y coger otro avión con destino a las Azores y ver a mi madre a su marido, el señor Oliveira, a mis dos hermanastros y trabajar con ellos en la sastrería del señor Oliveira, aquel hombre del que mi madre se enamoró hace ya tanto tiempo.
<<Qué hacer, qué ganar, cuando todo lo que quería amar está perdido>>
Mi madre me recuerda a todo lo que he intentado olvidar, no la odio, no, pero no quiero verla. La ingrata Regina, reniega de su origen, la ingrata Regina tiene más amor por una mujer guatemalteca desdentada que por su propia familia.
Tengo miedo a lo que hizo me sufrir, me hace daño estar con mi madre. La miro y el pasado vuelve a doler, aunque ella no tuviera la culpa, aunque me ayudara, tal vez nos pase a todos. El pasado sigue doliendo si paseamos por los mismos lugares aunque seamos otros, aunque ya sólo seamos extraños.
Hace que no veo a mi madre quince años, hablamos por teléfono de cuando en cuando, me gusta escuchar su voz cantarina y a veces, sólo a veces, me dan unas ganas locas de cogerme un avión, plantarme en su casa y darle un abrazo. Pero sé que eso no me haría feliz, la euforia de la ilusión duraría unas horas, hasta que ella abriera la puerta y ese abrazo soñado rebotara en mi armadura hecha de espejos rotos.
EL tiempo pasa y debo decir la verdad. Si me traiciono moriré de mi misma, si mi madre se hubiera traicionado el día que rompí las chirucas y hubiera dejado entrar en casa a mi padre, nunca hubiera tenido la oportunidad de ser feliz.
He llamado a Rascafría, le he dicho que le dé pista libre a la rubia. A estas horas, la rubia con nariz de cerdito cepilla su pelo una y otra vez esperando que el vuelo 66783 procedente de Las Vegas aterrice en la T. 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas.
Yo no iré en ese avión, he confesado toda la verdad, toda. El medico tejano ha tenido que venir otra vez a nuestra habitación, esta vez era Ez el que ha sufrido una insolación de rayos de Verdad, y la Verdad no es fácil de tolerar cuando se ha vivido tanto tiempo en la mentira. Ez me ha escuchado en silencio, y cuando he acabado mi relato tiritaba y temblaba. Le he hablado de la rubia, de los años en los que él ha sido su amante y del tiempo que yo he pasado en su casa al lado de su madre, cuidando de Rascafría. Le he dicho que sólo me casaré con un hombre que me permita amarlo, y que sepa que me ama, sin dudas, sin miedos a perder lo que no tiene. Un hombre al que le pueda mostrar el corazón y no lo apuñale con mentiras, un hombre que se haya encontrado, después de haberse buscado mucho.
Estoy sentada en el hall del aeropuerto de Las Vegas esperando un vuelo que me llevará a Nueva York. Conozco palmo a palmo sus calles, las he visto tanta veces…
¡Buena suerte Regina!
P.D:
Tal vez algún día volveré a encontrarme con Regina.
Lola Walder.
martes, 26 de noviembre de 2013
Gran Cañón
Una avioneta amarilla con un
logotipo en forma de boomerang pintado de negro, en cada una de sus alas, surca el cielo de El gran Cañón.
En la avioneta volamos Ez y yo agarrados de la
mano, junto con una pareja de
americanos, americanos de Arkansas. La mujer lleva un vestido estampado de
flores azules y blancas, parecen margaritas diminutas dibujadas con un plumín
de tinta, tiene el pelo gris y rizado en una permanente de bucles pequeños. Veo su pelo y me toco el mío, aún crece
fuerte, a pesar de mis salvajadas cosméticas, a pesar del agua oxigenada a 60
volúmenes, mi pelo crece flexible haciéndome cosquillas en la nuca.
Si ella fuera a la panadería, a
la mía, le daría sin que me dijera nada una barra de centeno. Su marido es
flaco, enjuto, larguirucho, calzado con sandalias marrones, unas sandalias
ortopédicas con suela gorda de goma. Iguales que las que llevaban las monjas
carmelitas de mi colegio.
Sólo el piloto, un hombre rubio
con barriga enorme, fajada por un polo rojo desvaído, y yo pasamos de los
sesenta kilos. Ez parece un saltamontes, el pantalón militar de color caqui que
lleva le queda enorme. No ha querido comprarse ropa nueva; tal vez desea atarse
al igual que un globo de helio a la única cuerda que le trae algún recuerdo.
Sobrevolamos los enormes macizos rojizos,
el gran valle horadado, lapidado por el viento, la majestuosidad de la piedra
esculpida por el cielo azul lleno de nubes. Es nuestro cañón, ese que hemos
visto tantas veces en el cine, es el cañón de John Huston, el de Peckimpah, el
cañón de los caballos y de los jinetes. Cabalgamos a …. pies de altura, la
energía de la tierra nos envuelve. El ruido de los motores apaga el susurro de
Ez en mi oído, él aprieta mi mano, sonríe, ama lo que ve, y también cree amarme.
Aterrizamos, búho ojos azules y
su marido el galápago se dirigen sin vacilar hacía el mirador de cristal,
atestado de turistas. Ez coge un sendero que se adentra en el Cañón, le sigo, a
los diez minutos de paseo por el reguero de piedras me detengo a coger aliento,
me duele el pecho. Necesito descansar, no consigo coger el paso atlético de
Ez que camina por el sendero de
polvo rojo.
Camino despacio, sintiendo en mis
pies como cada guijarro se clava
bajo la fina suela de los mocasines blancos que me ha regalado Vanessa como
regalo de boda.
-Son como un guante Regina, no notarás que
los llevas puestos -me dijo con su cara pecosa.
En otros momentos hubiera despedazado a Vanessa, a pesar de estar en otro
continente, pero por primera vez en mi vida mi bipolaridad está anestesiada por
el remordimiento.
Es cierto que la rubia no tiene
escrúpulo alguno, engañando a su marido, un año, dos… tal vez más. Durmiendo
con uno, amando a Ez, utilizando el amor de los dos para acallar su egoísmo.
¿Pero y Ez?¿Qué se merece Ez?.
Amarme porque no tiene a otra…
¿Cuánto tiempo tuvo Ez para
querer volver conmigo?
¿Un mes, sólo un mes sin
contestar sus llamadas, sin responder a sus mensajes. Un mes fue suficiente
para darse por vencido?.
<<Quién quieres que te
quiera Regina>>
<<Un desmemoriado que no es
capaz de saber a quien ama. Un desmemoriado que por miedo a perderse en el
agujero negro de la nada, se casa contigo en Las Vegas. Un desmemoriado que por
miedo a no estar solo se casaría con la rubia si ella dejara a su
marido>>
Otra vez la maldita malea, otra
vez las ganas de precipitarme por el Cañón Colorado, o Cañón Verde.
<<<Ez no te ama>>
El eco de mi amor resuena en el
valle rocoso. Ez sigue caminando, sus pasos son inalcanzables. Me quedo sentada
en la cuneta.
Hace calor, sudo, el collar de la
madre de Ez me ha dejado una marca blanca sobre la piel quemada. Los de
Arkansas se despeñan, van dando saltos. Son pareja desde hace cien años. Cien
años de confles y leche, de
plum cake, de hamburguesas quemadas con maíz y patatas.
¿Cómo lo resisten?
¿Cómo siguen vivos?
Ez vuelve, se sienta a mi lado,
su mirada de júbilo me comunica que está dichoso. ¡Merece que yo, Regina Bató, torpedee su
felicidad!. ¡No!
Le abrazo, me tiemblan las
rodillas y me castañetean los dientes, debo de tener fiebre. He estado una hora
al sol sin sombrero.
Ez me pone un jersey en la
cabeza, me arde la nuca. Me moja la frente con agua de su cantimplora. Me besa los labios, se están empezando a abrir
en grietas que sangran.
Me mira a los ojos, ya lloro
desconsoladamente, le digo:
-No me ames. No soy yo a la que amas.
Ez me mira sorprendido, cree que
deliro por la fiebre. Me arrulla, me contiene en su ternura sin límites.
¡Qué hacer, cuándo todo está hecho!
¡Cómo desbaratar un plan
perfecto, un crimen de amor perfecto!. !Un secuestro de amor perfecto!.
La avioneta amarilla nos devuelve
de nuevo a Las Vegas, al hotel…. A la habitación 558. El médico me toma la presión arterial con un manguito negro que se ajusta a mi
brazo izquierdo.
-75/50,
baja, muy baja. Está débil su esposa -dice en un español mejicano, moviendo su
cabeza de jirafa encorsetada en una camisa azul clara y corbata burdeos.
Me manda unas pastillas, agua con
iones minerales, necesito
hidratarme. Bebo un potingue que me ha preparado con azúcar, sal, y limón. Tengo ganas de vomitar. El médico tejano me pregunta por la fecha de la última regla, piensa que puedo
estar embarazada. Ez niega con la cabeza.
<<No tengo útero. A los
cuatro meses de romper las chirucas parí un feto muerto que mi madre tiró
al cubo de la basura>>
Los cirujanos me salvaron la vida, me cortaron el útero, y también
lo tiraron al cubo de la basura, a uno metálico que olía a formol, a uno lleno
de más carne podrida.
Ez, tú lo sabías. Te lo conté
todo… la noche, aquella noche que me juraste amor eterno en Praga, aquella
noche en la que creíste que yo era la mujer de tu vida.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Honey Moon
Honey moon
Capitulo 39
Tuvimos nuestra Honey Moon en la enorme suite del Bellagio... champagne, fresas, y un jacuzzi gigantesco.
Hicimos el amor, hicimos sexo,
pero sigo siendo virgen. Mi cabeza me tiene prisionera. Soy una vestal llena de
fuego que se consume.
Por Ez, por mí, he fingido un orgasmo. Por mi boda.
Amanece, aunque mi cabeza lleva
amanecida desde hace horas, sólo he podido dormitar algunos minutos, después de algunos segundos de abandono,
una descarga de adrenalina me recordaba que Ez y yo estábamos casados. Que Ez y yo éramos un matrimonio.
Qué Ez puede que recuerde que ya no me ama.
Me levanto despacio, camino los
metros que separan la habitación del baño, y me encierro en el con la luz apagada, con el estómago encogido
sintiendo como se retuerce en mi mentira, mientras los minúsculos
azulejos del baño reflectan un brillo azulado sobre el collar que adorna mi
cuello.
¡¡¡Por caridad!!! ¡Es posible
librarse de esta tortura!!
Soy Juana la Loca velando un cadáver desmemoriado.
Ez duerme, los somníferos que le
han recetado tienen un efecto potente, tan salvaje como un martillo de acero.
Oigo su respiración pausada, bronca, al otro lado de la puerta.
Rascafría tiene ordenes de no
contestar al teléfono, de no abrir la puerta de la calle a nadie. La rubia está
colgada del mástil de la bandera del Palacio de Telecomunicaciones.
Me pongo a llorar, tapo los
sollozos con una de las toallas que cuelgan en el
soporte del lavabo.
Sigo a oscuras viendo tan solo
el parpadeo de las letras en la pantalla de mi móvil.
Páselo bien señorita Regina
Cuide del señorito Edward
Rebién por la casa, rebién la señora, rebién por Madrid
Hace viento, el calor cesó.
Un estrecho abrazo. Rascafría.
Entre gimoteos, a salto de
teclas, Le mando un beso y apago el móvil.
No puede ser, me he pasado tres
años de mi vida deseando al hombre que tengo al lado, y ahora me siento aterida de frío, asustada.
Bebo agua a morro del grifo del lavabo, está caliente y
salada. ¿El agua de Las Vegas es potable?, me pregunto.
Corro hasta la cama, me tapo con
el edredón forrado de raso que "frisfea" por mi cabeza. Frus, frus…
Duerme Regina… duerme
martes, 29 de octubre de 2013
Boda en las Vegas
¿Cómo urdir una mentira y qué no
te pillen? Fácil, muy fácil, creyéndotela como si fuera una absoluta verdad. Igualito
que los políticos acostumbran a hacer. Estoy segura de que todos, TODOS, se
escriben una chuleta mentirosa y la recitan al acostarse y al levantarse.
¡Cómo creerme la mentira de mi boda en las Vegas!
¿Cómo..? Huyendo de mí hasta los
confines más extraordinarios, y nutriéndome de odio y de resentimiento.
Odio a la rubia, odio a Ez por
haberme abandonado por otra, odio a mi misma por ser débil y no dejar a Ez vivir con su nueva memoria,
solo.
Hemos llegado a Las Vegas en un
avión de la compañía American Airlines, Ez ha estado leyendo durante todo el
vuelo y dándose paseitos por todo el avión, estirando cuello, cabeza, hombros y
extremidades como un Robocop.
A pesar de viajar en primera clase, no ha querido
dormir, teme despertarse en una cama de hospital lleno de cables y de tubos. A
pesar de inyectarse Heparina (una substancia para que la sangre sea más líquida),
Ez no se fía de su sangre.
Pobre Ez, sin saber quién es,
añorando quién era. Está demacrado, todavía no ha recuperado los kilos que ha
perdido mientras ha permanecido ingresado en el hospital. Desmayado en esa cama, inmóvil, luchando contra el tiempo,
parando las manecillas del reloj y esperando que sean las doce. Sí, pobre Ez, los huesos de los pómulos se
le dibujan bajo la piel amarillenta. Sus ojos más trasparentes que azules
parecen haberse consumido en un arañazo de luz.
Nos casamos mañana en una de las
capillas de Las Vegas. He elegido para la ceremonia un vestido rojo de gasa con
escote en pico. Sencillo, pero seductor. La madre de Ez me ha prestado un
collar de brillantes que no me he quitado del cuello desde que salimos de
Madrid, y que tapo con un pañuelo de algodón de color mostaza. Estoy convencida
de que medio barrio mío se podría
remodelar con los euros que cuesta esta joya. “Los brillantes reflejan una luz
gris acerada, por eso son
verdaderos". Eso me dijo
Dámaso, el único joyero de mi barrio. El hombre, me dio una lección
de gemas preciosas una tarde que fui a comprar unos pendientes de plata.
Gracias a Dámaso y a la madre de Ez he descubierto el verdadero color de los
brillantes.
Ez me mira con dulzura, sé que se
alegra de verme a su lado, de amarme, de recorrer su boca por mi cuerpo,
frenar, respirar y estar dentro de mí. Él no consigue recordar, yo no puedo
tener un orgasmo. Mi cuerpo siente todo su deseo, todo su amor, y mi cerebro
canalla, impide que lo disfrute.
<<Todo irá mejor después de
la boda, todo volverá a ser igual que antes>>
Estamos alojados en el Hotel Bellagio, es un guiño a la película
Ocean´s Eleven. Ez así lo ha querido, nunca he estado en un hotel tan grande,
tan americano, tan lujoso, tan lleno de luces estridentes. Las Vegas parece una
antorcha de colores desde el cielo, desde el suelo es un parque temático de
neones y edificios. Es un monopoly gigante, Las Vegas, si no fuera por Las Vegas sería un enorme armazón de plástico y papel maché adornado con bombillas. Cecilia, mi
bruja ludópata, moriría con gusto en las Vegas al pie de una máquina
tragaperras sepultada por un montón de monedas. Mi bruja ludópata recorrería extasiada las calles de Las Vegas entrando y saliendo de los casinos.
Mi bruja ludópata me dijo un día: “Veo a una mujer vestida de novia en un desierto. Debe decir la verdad para ser feliz".
Esta noche me he levantado de
madrugada, a hacer pis, a beber agua, a mirar mi vestido que está colgado
metido en una preciosa funda de plástico trasparente en un perchero, cercano al
armario.
Ez estaba también levantado, se miraba en el espejo del baño,
se miraba las manos, los labios. Debía preguntarse que parte de él sigue
escondida en alguna parte.
He sentido pena al verle, pero la
rabia, otra vez la rabia ha hecho que la tristeza se fuera pitando por el
agujero del retrete mientras tiraba de la cadena.
-Cariño -le he dicho- vuelve a la cama. ¿Quiéres
otro Orfidal?
Me ha dicho que no con la cabeza,
me ha dado un beso en la frente y se ha metido otra vez en la cama. ¿Habrá
recordado…, y si su mente ha sido
asaltada por una diligencia llena de rubias?
De mi mentira, de mi gran
mentira, Rascafría es la gran guardiana. Me apoya con la fidelidad de un perro,
porque no olvida la borrachera de Jenner, porque no olvida los jueves que la he
acompañado en los delirios de su señora anciana, porque me considera una
hermana mayor que la protege de la soledad de un país extraño.
Son las doce de la mañana, el
desierto de Nevada arde y los neones de
las calles de Las Vegas también. En cambio en el interior del hotel
Bellagio, 18 grados centígrados hacen que me tenga que poner una chaqueta de Ez
encima del precioso vestido rojo de boda PARA NO morirme de frío. Los recepcionistas me miran embobados, sé
que mi escote no es apto para barbilampiños
adolescentes. Les miro con ganas de meterle dos cañonazos en sus ajustados
uniformes, hasta que uno de ellos reacciona y nos acompaña hasta la salida
donde nos espera una limusina blanca. Ez sonríe nervioso, todo es tan
desmesurado. Todo preparado, por una mujer pobre con sueños de Cenicienta. Yo
también estoy nerviosa no paro de mirar las calles tras los cristales tintados de las
ventanillas de la limusina. Un paseo, un último paseo de soltera esperando
llegar a White Chapel donde el reverendo Aston Martin nos espera. El reverendo
tiene cara de garza colorada, su mujer es una pequeña gallina clueca de ojos
negros. La garza colorada tiene un porte impecable, una levita marrón oscura,
un clergyman blanco nacarado y una biblia negra con letras doradas le confieren la autoridad necesaria para apabullar a una chica de barrio. Estoy temblando, Ez me coge de
la mano, la besa con dulzura, se me saltan las lagrimas.
El reverendo Aston inicia la
ceremonia, lee un salmo que no se queda en mi memoria, y luego:
Do you Regina Bató
Do you Edward Castroviejo
Estáis aquí reunidos…
-¿Quieres a esta mujer ..?
-Sí quiero –dice Ez, mirándome con
dulzura.
-¿Quieres a este hombre..?
-Si quiero -digo yo, mirando a Ez
con devoción, obsesión, o tal vez amor.
Ramo en alto, pulseras de cuero negro, enlazan nuestras muñecas.
Una lluvia de arroz sale del puño
de la mujer del reverendo, unos pétalos de rosas blancas caen sobre la cara de
Ez que dibuja una sonrisa de satisfacción.
Ez y yo juntos por fin, Ez y yo
un solo río, fluyendo como dos manantiales.
miércoles, 9 de octubre de 2013
LAS VEGAS: “Hagan juego…”
Capitulo 36
Soy feliz, muy feliz, porque Ez y yo hemos vuelto a hacer el amor, y otra vez he vuelto a sentir la misma paz que sentí en aquel hotel de Praga donde me juró amor eterno.
Mi plan de reconquista empezó el primer día que la rubia apareció por el hospital. No la he vuelto a
ver, ni quiero volver a verla. Con
la mirada de estúpida encabronada que me clavó en el holl del hospital tengo
bastante recuerdo.
Rascafría es mi
aliada en esta lucha de poder que mantengo con mi enemiga. Me he camelado a todos los turnos de
enfermería del hospital, les he contado que la rubia es una loca trastornada
que acosaba a Ez mucho antes del accidente, y gracias a Rascafría que lo ha jurado con cara de pánico
he logrado que lo creyeran a pies juntillas. Reconozco que todos los libros que he leído me han ayudado mucho en imaginar la
historia que me he montado.
Las mujeres somos únicas en despedazarnos unas a
otras, pero cuando se trata de defender una causa colectiva, nos unimos como
Fuenteovejuna. Por eso, cada vez que aparece en escena la rubia, no hay
enfermera, auxiliar, o señora de la limpieza que le diga a la “ponecuernos
lánguida”, que el paciente de la habitación 29 tiene prohibidas las visitas. Sí,
estoy jugando mis cartas, pero con ases escondidos en las mangas, que si se
descubren…
Desde que Ez se recuperó del
coma, totalmente, puse en juego un elaborado plan para que él y yo estuviéramos
juntos para siempre. Dos meses antes de que Ez me quemara la pata con la rubia,
viví una noche muy especial.
Entró en la furgoneta, me besó en
los labios, me miró a los ojos, y me dijo con voz temblorosa: “Cásate conmigo,
Regina”.
Y yo, una pobre chica de barrio
negro, le dije que sí llorando como una plañidera. No hubo anillo, ni rodilla
en el suelo, ni siquiera una cena romántica a la luz de las velas. Bajo el
reflejo de la luna llena nos besamos en silencio. Me
acurruqué en el pecho de Ez y dejé que mi cabeza por primera vez en la vida
estuviera tranquila, vacía de pensamientos turbios y de miedos.
Firmamos nuestro amor en una hoja
de papel un cinco de noviembre del año 2010. Ez dobló aquel pequeño contrato
hasta hacerlo una minúscula cuadrícula y lo metió en uno de los compartimentos
de su billetera. La billetera de Ez llegó de nuevo a mí, el primer día que lo
visité en el hospital y uno de los celadores de urgencias me la entregó, se la había encontrado caída en el suelo mientras Ez se debatía entre la vida y la muerte.
Revisé la billetera
minuciosamente, y en uno de sus compartimentos seguía intacto nuestro
pequeño contrato de amor.
Aquella noche de noviembre
cenamos en un restaurante pequeño que está cerca del periódico y Ez me desveló
entre risas y caricias cómo sería nuestra boda. Iríamos a Las Vegas, nos
casaríamos en una pequeña capilla, allí empezaría nuestro guión, un guión
escrito por la mano de un reverendo flacucho y desgarbado que nos
declararía marido y mujer.
¿Por qué en Las Vegas? Porque Las
Vegas ya eran demasiado compromiso para Ez, y Las Vegas, suficiente alegría
para mí.
Ez tiene una laguna negra en la
memoria del amor. No recuerda absolutamente nada de su vuelta con la rubia,
tampoco recuerda ni un solo segundo de su estancia en Australia. Sólamente recuerda nuestra historia, y lee
esa pequeña cuadrícula de papel en donde está estampada su firma y la mía
intentando ponerle nombre a los vacíos que flotan en su mente. Yo lloro por
dentro cada vez que lo hace, a pesar de que fui la que le entregué la billetera, jugando otra carta más de mi
juego.
Tal vez, tal vez…
la memoria de Ez sea más valiente que su propio dueño y le libre de los pecados
del espíritu. Tal vez su memoria sea un sheriff justiciero que pretende
apaciguar la culpa.
<<¿Y tú culpa
Regina?>>
<<La culpa, dormida. >>
lunes, 30 de septiembre de 2013
Gracias John Wayne
Capítulo 36
Sí, después de un mes en coma
Ez se ha despertado. Mientras John Wayne
disparaba a los indios
parapetado detrás de su caballo, Ez
ha abierto los ojos, ha mirado al techo, luego a los dos lados de la cama y al
verme ha apretado la mano que le
tenia cogida y ha pedido agua. He llamado corriendo a la enfermera de guardia y
al doctor Guisante.
El doctor Guisante ha venido ipso facto, y le he visto sonreír por primera vez, aunque sigue con la piel verde y su enorme cara circular.
El doctor Guisante le ha aplicado un examen neurológico a Ez, qué ríete tú de las torturas chinas. Le ha mirado las pupilas con una linterna, una y otra vez para ver si se dilataban y contraían con la luz, le ha pinchado con alfileres por cabeza, tronco y extremidades para ver si había recuperado la sensibilidad nerviosa, y luego le ha pasado la punta de un clip por las plantas de los pies para ver si tenía el reflejo de un tal Babinski. Y otras perrerías más que nos ha ido narrando en voz alta para que Ez, que se ha reencarnado en el primo de la gallina Caponata, se tranquilizara y yo dejara de lloriquear. El examen ha resultado ser normal, y sólo falta que a Ez le hagan un escáner para confirmar que el trombo (así se denomina lo que yo llamo pegajo de sangre) se ha reabsorbido por completo.
El doctor Guisante ha venido ipso facto, y le he visto sonreír por primera vez, aunque sigue con la piel verde y su enorme cara circular.
El doctor Guisante le ha aplicado un examen neurológico a Ez, qué ríete tú de las torturas chinas. Le ha mirado las pupilas con una linterna, una y otra vez para ver si se dilataban y contraían con la luz, le ha pinchado con alfileres por cabeza, tronco y extremidades para ver si había recuperado la sensibilidad nerviosa, y luego le ha pasado la punta de un clip por las plantas de los pies para ver si tenía el reflejo de un tal Babinski. Y otras perrerías más que nos ha ido narrando en voz alta para que Ez, que se ha reencarnado en el primo de la gallina Caponata, se tranquilizara y yo dejara de lloriquear. El examen ha resultado ser normal, y sólo falta que a Ez le hagan un escáner para confirmar que el trombo (así se denomina lo que yo llamo pegajo de sangre) se ha reabsorbido por completo.
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