jueves, 15 de marzo de 2012

El pánico, mi novio más fiel


  Capítulo 9

Nunca he tenido suerte con los hombres, nunca, ni siquiera con el loquero que me atendió cuando tenía 17 años. Fui a verle porque mi corazón galopaba más deprisa que un jockey a lomos de un pura sangre, y en vez de tranquilizarme el galeno me sometió a un interrogatorio que me hizo sentirme como si yo fuera la prima hermana de Jack el Destripador. Me miró con cara de ajo en cuanto entré en su consulta, y le faltó poco para escupirme en la cara por cada síntoma que le iba contando.

    - Doctor…tengo miedo de salir a la calle.
    -¿Y qué más?
   -Tengo miedo de que a mi corazón se le olvide  latir, y se pare.
     -¿Y qué más?
    -Tengo miedo de irme al desierto (sabe Dios lo que se me había perdido a mí en la dunas), que me dé allí un ataque de nervios…  y como en el desierto no hay ningún hospital…
      -¿Y qué más?
     -Tengo miedo de que  la vida sea  una pesadilla y que yo sea la única   habitante de la Tierra que esté viva, y los demás ya sólo sean muertos.
       -¿Y qué más?
       -Tengo miedo de morirme.
        -¿Y qué más?

¿Y qué más, doctor…? El hombre estuvo tocándome los ovarios otro buen rato y finalmente me largó tres  recetas de Seroxat y otras tres de Lexatín, al tiempo que me decía: usted padece Crisis de Pánico y Agorafobia.

¡Vaya lumbrera de tío…!

<<Yo vivo en pánico, Dr. Cara de Cirio de San Cipriano. Lloro con pánico cada vez que pienso que me voy a morir. Y, lo peor de todo, siento pánico de mi misma, ¿lo entiende usted? Dr. Christopher Lee reconvertido en Psiquiatra>>.

Salí corriendo de aquella consulta blanca de paredes desconchadas con las recetas hechas un gurruño en el bolsillo izquierdo del abrigo, y sudando como una madeja de lana mojada. Al llegar a casa busqué en mi diccionario Larousse  la palabra Agorafobia ( el diccionario lo compró mi madre a plazos, a escondidas de el insípido, a un vendedor de enciclopedias que se pateaba el barrio cada primeros de mes)  y su significado me dejó todavía más confundida.       
A pesar de no confiar ni un pimiento en aquel médico tan poco amable, pero especialista en miedos ajenos, empecé a tomar aquellas pastillas y poco a poco al cabo de algunos meses la química convirtió mi corazón en el de un ternero recién nacido.       


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